Por Alí J. Reyes H.
Para Natalia Riazanova de Malaspina y Edgardo Malaspina
La música es una evocadora
de historias. Eso me pasa cada vez que oigo “El tema de Lara”. Pero
no por la película o el libro de Boris Pasternak, sino por mi modesta
balalaika.
Advierto que no paso de ser un aficionado ejecutando el instrumento, pero a pesar de mis deficiencias esa triangular artesanía folklórica representa mucho para mí, sobre todo por esa dedicatoria en su tapa. Recuerdo muy bien cómo conocí al que la hizo.
Advierto que no paso de ser un aficionado ejecutando el instrumento, pero a pesar de mis deficiencias esa triangular artesanía folklórica representa mucho para mí, sobre todo por esa dedicatoria en su tapa. Recuerdo muy bien cómo conocí al que la hizo.
Fui llamado al despacho
del jefe de Seguridad del Parlamento Ruso, Valentín Perfilyev.
Quien estaba de pie al lado de un hombre calvo entrado en años, con unos
lentes que le hacían ver como un intelectual y que me pareció ligeramente
familiar. Entonces Perfilyev, dirigiéndose al señor de manera muy ceremoniosa le dijo.
─Maestro, le presento al joven Ivanov.
Entonces Perfilyev me
preguntó.
─¿Sabes quién es este
caballero?
La verdad es que en ese
momento no estaba en condiciones de identificar rostros. La fatiga, originada
por la falta de sueño y los sobresaltos de las últimas horas, me embotaban.
Pero esa misma tarde se supo que todo era una excusa para un golpe de estado fraguado por el ala militar y la KGB. En vista eso la mayoría de los que trabajábamos en el Parlamento decidimos permanecer en la sede en respaldo del Secretario General y de Boris Yeltzint, el presidente de la Federación Rusa, quien había denunciado que el camarada Gorvachov era víctima de un secuestro. El rumor de que éramos el próximo objetivo de los golpistas se materializó cuando vimos los tanques rodear el enorme perímetro del Parlamento.
En ese momento nuestra sedentaria rutina de funcionario público dio un vuelco, cuando a todo el personal de seguridad se le asignó un fusil AK 47.
Y ahora que
lo pienso, ¿Qué podíamos hacer con esos fusiles ante el avance del Ejército más
poderoso de este lado del mundo? Por otro lado era lógico pensar que entre la
muchedumbre acampada en la explanada del Parlamento -desafiando la lluvia con
carpas improvisadas con láminas de plástico, paraguas, impermeables y
construyendo barricadas en apoyo silencioso a Gorbachov y su perestroika -
era fácil infiltrar agentes de la KGB. El caso era que estábamos conscientes de
que podían ser nuestras últimas horas, y de paso las vivíamos sin haber
dormido bien y a turnos redoblados. En eso habíamos estado las últimas
veinticuatro horas y mi Jefe pretendía que yo acertara a saber quién era el que
estaba con él. Por eso me limité a responder.
─Perdón…en realidad no sé.
─Entonces le presento al maestro Mstislav Rostropovich.
En ese momento quedé de una pieza
de puro asombro. Estaba ante el músico
ruso viviente más famoso del momento, y ante el chelista más grande de todos
los tiempos.
Por fortuna el Maestro
reaccionó por mí. Me sonrió y se adelantó a estrechar mi mano, a lo que solo
pude balbucear.
─Mucho gusto Maestro… Soy
Yuri Ivanov.
Entonces el Jefe se dirigió
a mí.
─El Maestro ha venido a
apoyar al pueblo ruso, y usted deberá protegerlo en todo momento a costa
incluso de su propia vida ¿Entendido?
A lo que, de forma rápida terció Rostropovich dirigiéndose a mí.
─No lo tome tan en
serio…solo tenga en cuenta que somos compañeros de armas…Por cierto…¿Me puede
mostrar el lugar? Es que necesito estirar las piernas.
Ese “estirar la piernas” fue una caminata enérgica alejándonos del edificio rumbo a las barricadas hasta el mismísimo puente Kalinín y el borde del río Moscú, donde los jóvenes
observaban el movimiento de los tanques y se reunían alrededor de los pocos
radios de onda corta que sintonizaban emisoras extranjeras, las únicas que
daban noticias.
Era la noche del martes y algunas de las luces de esa inmensa mole de mármol blanco del Parlamento que por cariño llamamos “La Casa Blanca”, era quebrada por la serie de fogatas donde la gente permanecía. Luego, cuando nos devolvíamos, se interrumpió la música de la emisora local “Radio Casa Blanca” que emitía por los altoparlantes y la locutora, con verdadero entusiasmo anunció.
Era la noche del martes y algunas de las luces de esa inmensa mole de mármol blanco del Parlamento que por cariño llamamos “La Casa Blanca”, era quebrada por la serie de fogatas donde la gente permanecía. Luego, cuando nos devolvíamos, se interrumpió la música de la emisora local “Radio Casa Blanca” que emitía por los altoparlantes y la locutora, con verdadero entusiasmo anunció.
─¡Buenas noches Moscúuuuuuu!
Me alegra anunciarles que con nosotros se encuentra alguien que quiso estar al
lado de sus compatriotas en esta hora crítica ¡El maestro Mstislav Rostropovich !
Hubo un momento de silencio
hasta que, por toda la oscura explanada estalló una clamorosa ovación. Allí
comprobé que las nuevas generaciones tienen una sólida cultura musical porque
fueron muchos los que lo reconocieron. La mitad de la noche se la pasó
atendiendo a la gente que lo interceptaba para pedirle autógrafos, muchas
familias lo buscaban para tomarle fotos con sus niños, brindarnos comida o
simplemente estrecharle la mano.
En algún momento nos
invitaron a comer con un grupo. Agradecimos su comida pero, aunque no la
aceptamos, sí nos sentamos con ellos a tomar café. Y fue así, a la incipiente
luz de una fogata, que el Maestro pudo referir cómo hizo para estar con
nosotros esa noche.
─Me enteré del golpe de estado el lunes temprano, en mi casa de París.
Eso me afligió porque los progresos democráticos logrados poco a poco hasta
ahora, se desvanecerían. Pero ese mismo día también supe que había una reacción
popular. Fue así que comenzó un conflicto interno…¿Voy o no voy?...Yo estoy
vetado a entrar en la Unión Soviética,
lo peor que me podía pasar -y
todavía es así- es que mis viejos huesos fuesen a parar en un nuevo Gulag.
Además tenía que dejar a mi esposa sola porque no iba a permitir que ella
corriera peligro…Por otra parte sabía que en ese momento se estaba escribiendo
la historia de la madre Rusia y yo quería ser parte de eso. Pero cuando oí el llamado que Boris Yeltzin hizo al mundo desde la torreta misma de un tanque me dije: ¿Cómo es posible
que, mientras tanta gente arriesga su vida por la Democracia, yo no haga nada?
Y determiné que con mis setenta y cuatro años ya había obtenido todo lo que
la vida puede dar.
Entonces, de inmediato y
a escondidas, me puse en contacto con mi abogado y pasé la noche finiquitando
mis asuntos y dictando mi testamento. Dejé también una extensa carta para
Galina, mi esposa, que debería leerla cuando yo estuviera lejos de Francia.
El Maestro hizo una larga
pausa…La temblorosa luz de la fogata se reflejaba en sus lentes, los que se
quitó para esconder el rostro y hacer como que los limpiaba, pero todos supimos
que era para disimular una lágrima. Se volvió a colocar los lentes y prosiguió.
─De esa forma tomé los
vuelos hacia acá. Fue un viaje expectante porque lo más probable era que no me
dejaran entrar a la Unión Soviética. Así que iba crispado de nervios cuando me acercaba al
punto de control con mi maleta.
─Sus documentos por favor.
Le pasé mis documentos… el
empleado se quedó viéndome, y al bajar la vista al pasaporte exclamó.
─¡Maestro!...Qué placer
conocerlo.
Resulta que se trataba de un violinista de la orquesta de su municipio. No obstante, al comprobar que yo no tenía visa se dio cuenta de mi condición de proscrito y me hizo la consabida advertencia, pero yo lo convencí de que se trataba de una convocatoria de emergencia a una conferencia de expatriados. Entonces se dedicó a persuadir a sus compañeros para que sellaran todo lo que me hacía falta.
Resulta que se trataba de un violinista de la orquesta de su municipio. No obstante, al comprobar que yo no tenía visa se dio cuenta de mi condición de proscrito y me hizo la consabida advertencia, pero yo lo convencí de que se trataba de una convocatoria de emergencia a una conferencia de expatriados. Entonces se dedicó a persuadir a sus compañeros para que sellaran todo lo que me hacía falta.
Cuando logré traspasar las
puertas del aeropuerto le pedí al taxista que me llevara rumbo al Parlamento y
solo me pudo dejar en las adyacencias. Y total… Aquí estoy.
No fue hasta muy entrada la
madrugada cuando pudimos dormir un poco en uno de los sótanos del Parlamento
que en ese momento funcionaban como bunker. Pero temprano en la mañana, y aún
bajo la lluvia, el Maestro fue llamado al segundo piso de la mezzanina y desde
el balcón dirigió un saludo a los acampantes. Mientras que la explanada vibraba
con el estruendo cadencioso de: ¡ Ros-tro-po-vich ¡ ¡Ros-tro-po-vich!
Pero no todo era euforia. Unidades
blindadas seguían llegando a Moscú, la gente lo único que podía hacer era
rodear a los tanques y gritarle que no dispararan. Pero los blindados se apostaban al otro lado del
río, apuntando sus cañones al Edificio. Esa misma mañana supimos de algunos
incidentes en la avenida Kalinin con saldo de varios heridos y el primer
manifestante muerto. Las familias que tenían niños en la explanada del Parlamento fueron conminadas a salir pues nadie les podía garantizar seguridad. Corría el
rumor de que los comandos de élite del grupo Alfa iban a intervenir en
cualquier momento. Así que lo mejor era resguardar la vida del Maestro, y lo
más seguro era llevarlo hasta una embajada cercana mientras se definía el
pulseo de la Resistencia contra la Junta de Gobierno. A lo que me respondió.
─Gracias, Yuri. Agradezco que
te preocupes por lo que me pueda pasar. Pero yo vine acá a compartir la suerte
de ustedes y créeme…debo estar aquí porque me es imposible estar en otra parte.
Varias veces el Maestro fue
llamado a los estudios de Radio Casa Blanca, la emisora local improvisada en el
sótano del edificio. En algún momento había una fila de senadores que daban
cuenta de los avances de las conversaciones con representantes de otras
instituciones y hasta con mandatarios extranjeros. Y en una de esas esperas la fatiga
me venció de tal forma que en la silla donde estaba sentado me incliné al
costado del Maestro con la culata de la kalashnikov apoyada en mis piernas. Mi
sueño fue tan profundo que el Maestro tuvo que empuñar el arma con su mano
izquierda y con su brazo derecho me sujetó para que pudiera dormir en su pecho
sin ser molestado.
Un reportero gráfico llamado Yuri Feklistov tomó una instantánea y ésta recorrió al mundo con el titular “¿Quién guarda a quién?”.
El haber estado con el
Maestro, me proporcionó mis quince minutos de fama. Por cierto… Ahora que lo
pienso… El hecho de poder relatar esta historia y no estar recluido en Siberia
o a dos metros bajo tierra, se lo debo a la valentía del jefe del comando
especial Alfa, que a riesgo de su carrera y su propia vida se negó a que el
grupo antisecuestro interviniera en un conflicto político.
Esa misma tarde el diputado
Yuri Karyankin, al reportar a la nación la victoria obtenida por el movimiento
democrático de resistencia contra el Golpe de estado, dijo: “Por primera vez en
el siglo XX, Dios ha sonreído a Rusia”.
El día siguiente fui al
aeropuerto a despedir al Maestro. Llevaba conmigo la balalaika y le di un rotulador de punta fina negro para que me la
firmara…Él se negó porque para él, por principio, todo instrumento es valioso y
no debe ser dañado. Pero yo le insistí y accedió.
Después de eso le pedí que
tocara algo. Lo único que recuerdo de lo que ejecutó, es la banda sonora de la
película Doctor Zhivago, el “Tema de Lara”, que de ese momento en adelante no
puedo oír sin evocar al Maestro.
Escritor venezolano.
Ha publicado dos libros de cuentos, Tigrero (2002)
y Portugal mar afuera y otros relatos (2012).
Se caracteriza por darle a la crónica el formato de cuento,
con una narración rápida, directa, breve y de finales contundentes.
Además, administra la bitácora miscelánea:
En la actualidad reside en Maringá (Brasil)