RELATOS Roberto Molinares

miércoles, 31 de marzo de 2021

Viaje sobre la superficie de una obra de arte

   ¿Alguna vez has imaginado ser un insecto que sobrevuela una pintura? 


Para poder apreciar una obra se debe observar en su totalidad, tomar cierta distancia. Tal vez entornar los ojos. Hasta el propio artista mientras trabaja tiende a alejarse unos cuantos pasos de la pintura para poder apreciar mejor el conjunto. 

Pero esta vez, los invito a hacer lo contrario, dar un paseo sobre la textura y los detalles de una de mis obras. El recorrido es un barrido sobre ella como si nuestros ojos fuesen una lupa o el lente de un scaner.   


Descubriremos un universo. Por momentos parece que viajáramos al mundo microscópico. De allí pasamos a un dulce oleaje de mar,  luego se asemeja a una tela batida por el viento, pero en definitiva, es el espectador quien decide ver lo que ve, cada mancha puede sugerirle algo.


La hermosa melodía que acompaña esta experiencia pertenece al Japonés Yiruma, su tema es: River Flows in You. 

La obra pertenece a mi serie "Paisajes Internos, miradas que llevamos dentro". Un proyecto abstracto.

Les presento un tour visual de mi obra: EX-Tructura. 

Agradezco sus amables comentarios








Título: Ex-Tructura 
Técnica: Mixta (Acuarela intervenida con materiales diversos) 
sobre cartulina Sulfato reciclada 
Medidas: 60x40 cms 
Autor: Roberto Molinares 
País: Venezuela 

jueves, 18 de marzo de 2021

La correa del abuelo

Cosas que sólo ocurren en el llano 


Ilustración Roberto Molinares




Para el pastor Santiago, que cuando lo contó, ignoraba que yo tenía "el grabador" encendido.


Basado en hechos reales.

No pretende  promover la violencia de género,

ni hacer burla de lo sagrado.

Los nombres y los lugares han sido cambiados.


    El pastor Venancio Herrera se ajustó el desgastado sombrero peloe’guama, un Borsalino de color indefinible. Por un momento dejó al descubierto una calva incipiente, como para que el cráneo respirara, luego volvió a ponerse el sombrero como quien sella una botella con un corcho. Los largos mostachos le temblaron. El rostro del pastor recordaba el de una morsa.

Ilustración: Roberto Molinares
Óigame bien, mano Goyo, que este testimonio es verdá, verdaíta. La gente, de po’allá de Caracas, no me creyeron, y eso que éranos un poco ‘e pastores y ministros, una asamblea nacional, y parecían más bien unos mundanos. Pura gente sin fe, sin un aleluya en la boca, sin un gloria a Dios. Pero, a pesá’ de to’ yo lo sigo contando pa’ Su gloria.

—Cuénte pastor, que si es verdá, yo lo quiero escuchá.

El Pastor Venancio se aclaró la garganta. Tomó un sorbo del café cerrero que había preparado la vieja mujer de Goyo y colocó la taza de peltre sobre la mesa.


—Cada vez que íbanos a empezá el culto, la hermana Francisca Galindo se endemoniaba.

—¿Se endemoniaba? ¿Cómo es eso, pastor?

—Así como lo escucha, manito. Eso era una patulequera que le pegaba y un griterío. Una cosa espantosa. En veces, echaba espuma po’ la boca y voltiaba los ojos pa’rriba. Me cuenta un joven de la iglesia, que Francisca se ponía igualita a una mujé de una película llamá “Elsorsista.”

—¿Elsorsista? mano Venancio, ¿Qué nombre es ese?

—¡Gua! A mi no me pregunte. Yo no sé qué significa. Lo cierto era, que cada vez que íbanos arrancá la alabanza y el hermano Pietro ya había transporta’o el arpa pa’ empezá con  los coritos, Francisca pegaba un leco y comenzaba a berreá en el piso.


Ilustración: Roberto Molinares


—Al demonio nunca le han gusta’o las alabanzas.

—Si mano, pero el problema no era que no llegábanos a cantá ni un solo coro, sino que el tiempo se nos iba to’ en reprendé’ y cuando veníanos a vé’, ya era tarde, y no se trataba de una vigilia. Teníanos por norma terminá a eso de la diez, a más tardá,  y entonces había que dispedí el culto con una oración cortíca porque teníanos que levantános temprano casi to’s. Melecio y su mujé, venían en la yegua manchá’, pero había gente que tenía que echá’ pata a ese monte, en esa tremenda uscuridá’, y después del espectáculo de Francisca, muchos iban temblando y viendo espanto detrás de cualquie’ mata o mogote.


El pastor empezó a reír con picardía. La mujer de Goyo seguía afanada con unas cachapas recién puestas en el budare y comenzaba a pelar unos topochos, pero había girado el cuerpo como para escuchar mejor y no perderse la historia. El pastor Venancio Herrera los tenía acostumbrado a unos testimonios asombrosos. Un agradable olor a leña invadió el rancho.

—La cosa se salió de control, a tal punto que el maraquero y el cuatrista, los hermanos de la alabanza, un día me dijieron que ellos no vinían más, que en la iglesia mandaba el demonio. Yo los quise convencé’, ¿Pero cómo? Si tenían razón. Ahí, ya no se predicaba, era una lucha tremenda. Yo no preparaba la enseñanza, sino que me la pasaba preparándome pa’ la batalla. No vaya a creé mano, ¡yo estaba bien confundí’o! ¿Cómo se va endemoniá’ la hermanita? ¿Acaso no era una hija de Dios?

Ilustración: Roberto Molinares


—Pastor, dígame una cosa, y cuando le sacaban el demonio ¿Qué pasaba?

 —Buena pregunta. To’s quedábanos cansao’s y sin juerza. Y la hermana Francisca dicía, y que no ricordaba ná’. Al ratíco era la misma hermana cariñosa y servicial, pero la gente le empezó a sacá’ el cuerpo. Yo mismo, mano Goyo,  a mi me daba cosa dale la mano pa’ saludála.

—Claro, pastor. Increíble. Si yo conozco a Francisca y es una tremenda mujé’ de fe.

—Ahora, Goyo, ahora, porque la cosa volvió ’onde debía. Pero en ese momento Satanás era el que mandaba en el templo La Misericordia.

—¿Y que pasó? ¿Cómo jue que jalló la solución, mano?

—Yo me puse a estudiá’ la Palabra, y la Palabra dicía: este género no sale sino con ayuno y oración. ’ntonces empecé a ayuná’, porque orá’, bueno, ya yo oraba bastante.

—¡Aleluya! El ayuno es bueno, mano, y uno que en veces piensa que es sólo pasá’ jambre.

La mujer de Goyo desprendió una cachapa, le dio vuelta en el aire y la dejó caer en el budare con un chirrido aromatizando la casa de bahareque. El pastor olfateó el aire como un sabueso haciendo mover sus mostachos y aprovechó para tomarse completo el café porque  se le había enfriado.

—Bueno, manito. La cosa continuó así: ya muchos hermanos se había dío pa’ la congragación de los hermanos Guanipa, esa que mientan: “El Tabernáculo e’ la Sabana.”

—Ay que vé lo que pu’ jacé el demonio con una iglesia, pastor, de chiripa no se quedó usté’ solo con la hermana Francisca.

—Bueno Goyo, usté sabe que el llanero es del tamaño del compromiso que se le presente, pero yo estaba a punto de dejá el pelero. En esa iglesia, como dice usté, parece íbanos a quedá’ ella y yo, pero yo no estaba dispuesto a pasá’ el resto de la vida, enlucha’o con un demonio. Para colmo, tanta gente se jue pa’ onde “Los Guanipa”, que los diezmos disminuyeron tanto, que estuvimos a punto de cerra el templo. A mi sólo me quedaba volvé’ a la faena, al trabajo de campo, pero ya estaba demasiado viejo pa’ las correrías detrás del gana’o.

—¿Y qué pasó, pastor? Porque ahorita la iglesia se la pasa llena e’ gente —Era la mujer de Goyo que intervenía desde el fogón haciendo una pausa para secarse el sudor de la frente con un pañito tiznado. Los hombres voltearon al mismo tiempo.

—¡Vieja, estás viva! Yo pensaba que usté’ estaba tan ocupá’ que no le estaba poniendo cuida’o al testimonio —Dijo el pastor con una carcajada.

—Lo ’toy ’cuchando, manito, lo ’toy ’cuchando.

—¡Gloria al Señó’! Fíjese que yo ’taba tan desespera’o, que un día ensillé la mula y cojí pa’ la sabana. Y dije: que otros se encarguen de ese zaperoco, pero lo que soy yo, hoy no me aparezco por el templo, lo que yo menos quiero, es vé la cara de esa loca.


Ilustración: Roberto Molinares

—Pastor, ¿usté quería abandoná’ la obra?

—Más o menos, Goyo.  ¡Yo lo quería era alabá’ a mi Señó’ con libertá’! Me había lleva’o mi cuatrico, y lo saqué bajo e’ una mata y empecé a improvisá’ unos versos al To’poderoso. Cuando tenía como una hora en eso, me quedé viendo una garcita en la lejanía. Allí jué que el Señó’ me habló.

—¡Ah, pastor! El Señó’ no abandona a sus siervos. ¿Y qué le dijo, manito?

—No lo va a creé. ¿Usté’ se acuerda de mi abuelo, verdá’?

—¿Don Prudencio Herrera? ¡Claro pastor! Era un hombre recio, que metía miedo con la sola presencia.

—¡Ajá! Bueno, Goyo, Dios me empezó a hablá’ pero yo no entendía na’. Lo que primerito que pensé jué que me ’taba volviendo loco. Después me dije: Venancio, ten cuida’o que el diablo se viste de ángel de luz y pu’ engañá’te.

—¡Pero, qué le dijo, hermano Venancio! —Replicó impaciente la mujer de Goyo.

—No, lo van a creé. Pero me dijo: “Búscate una correa gruesa”. Yo ahí mismito me acordé de un pasaje del libro de los Hechos, ’onde un profeta llamá’o Agabo, se amarra las manos y los pies con el cinturón del apóstol Pablo. Era pa’ dicí, que Pablo iba a sé apresa’o en Jerusalén por los judíos. “Esto le va a pasá’ al varón que es dueño de este cinturón”.

—Yo no entiendo na’ mano –Dijo Goyo, rascándose la cabeza.

—Ahí jué ’onde me acordé de mi abuelo Prudencio. Yo tenía la correa que había si’o suya. La guardaba en un cajón como ricuerdo, junto a otras cosas que heredé.  Era una correa que tenía un jebilla plateá’ que pesaba más que to’ el cuero junto.


Ilustración Roberto Molinares


—¿Qué pasó ’ntonce, pastor?Intervino de nuevo la mujer de Goyo.

—El Señó’ me siguió hablando. Me jué dando instrucciones. Me quedé loco.

—Hermano, vaya al grano, que ya casi tan listas las cachapas y las estoy a punto de serví. Cuente el final.

—Sentí que me dijieron en la pata e’la oreja: “Dale dos buenos cuerazos”

—¡Hermano! ¿Y esa lavativa? Yo no creo que sean cosas de Dios! —Dijo Goyo alarmado.

—¡Lo mismo pensé yo! Reprendí al maligno, cogí mi cuatro y la mula y me regresé pal rancho, to’ contraria’o. Pero de una cosa ’taba seguro. No podía abandoná’ a los pocos hermanos que quedaban guapeando en La Misericordia. El ratico en la sabana, alabando a mi Señó’, me había hecho bien. Pero me dicía: ¿Cómo le voy a pegá’ dos cuerazos a la hermana? Ni que yo juera su taita. ¿Qué iban a pensá’ los hermanos si yo cometía esa locura?

—Hasta preso lo iban a poné’, mano. Era el diablo el que le estaba hablando Razonó Goyo, rascándose la cabeza.

—¡Qué va Goyo! No era el diablo, era el mismísimo Señó’ que quería que yo pusiera orden en la periquera en que se había convertí’o la iglesia.

—No pue’ sé’…

—La noche siguiente teníanos culto de oración y yo me resistía a eso de los cuerazos. Le pedía juerza a mi Dios, pa’ que to’íto saliera bien, pero que va, ya íbanos a empezá a alabá, cuanto la mujé’ se embochinchó otra vez. Ahí saltaron el hermano Rafael Osorio y el hermano Cruz Peralta. Ellos ya vinían preparao’s con un aceite ungí’o, dispuestos a echá juera al demonio, pero ese día la mujé’ tenía más juerza que nunca. Uno cayó pa’ un la’o y el otro se falsió la mano. 

Ilustración: Roberto Molinares

La mujé se subió a la tarima y se me jué pa’ encima. Yo me asusté y me quedé petrifica’o. Ustédes no van a creé’ lo que hizo. La mujé’ voló y le pegó una patá’ al púlpito. Ese púlpito había si’o de mi abuelo, cuando empezó la congregación po’ allá en los cuarenta, cuando en el llano los predicadores tinían que andá armao con dos pistolas. Era un púlpito labra’o. Yo le tenía un cariño inmenso porque éranos tres generaciones predicando la Palabra, mi abuelo Prudencio, mi taita José Antonio, y yo. Un recuerdo sagra’o de familia, algo que valía mucho. El púlpito quedó reventa’o como si juera de paja seca.

La mujer de Goyo estaba poniendo los platos con las cachapas y un tazón con topocho sancochado. Venancio Herrera se quitó el Borsalino y los ojos se le iluminaron.


Ilustración: Roberto Molinares


—Venga y arrime, pastor, la cachapa se tiene que comé’ caliente —Dijo la vieja.

—Es verdá’, pero hay que terminá’ la historia…Bueno, después que la mujé’ me rompió el púlpito, a mi no me quedaron dudas de que Dios me había habla’o en medio de la sabana. Pero porsíacaso, me metí en ayuno dos día más. “Dale dos cuerazos”, me resonaba en la cabeza. Y ’ntonces saqué del cajón la correa con la jebilla plateá’. La próxima vez que tuvimos el culto, ya que no valía aceite ungí’o, me juí ¡bien prepara’o! Yo me sentía lleno del Espíritu, fortalecí’o. Ahora si era verdá’ que iba a ve’ guerra. Los hermanos se extrañaron cuando me vieron con la correa, porque yo no me la puse en la cintura, sino que me la tercié el hombro como una cobija –El Pastor hizo una pausa y mordió la cachapa.

—¡Ujú! ¡Esto tá bueno! Vieja que Dios bendiga sus manos y que le provea alimento al que no tiene.

—Amén —Dijeron los tres.


—Bueno, manitos, cuando la mujé’ empezó con la gritería y la voltiadera e’ ojo y la tiradera e’ golpe, yo le dije: ¡Vete de aquí demonio saboteador si no quieres que te dé una paliza! Pero la mujé’ otra vez quiso tirá patá y se me jué pa’ encima. La torié como se torea una vaca, tirándome pa’ un la’o, y cuando quedó de espaldas, le metí el primero.

—¿Le dio con la jebilla, mano?

—¡Nooo! manito, ¿Cómo se le ocurre? Con el cuero, con el cuero na’ má’.  La mujé’ se retorció como una mapanare, y peló los ojos y los dientes como pa’ mordé’me. Tenía las manos como dos garras y me saltó otra vez. La torié y le ajilé el segundo


Ilustración: Roberto Molinares


—¡Hermano! ¡Dos cuerazos como le dijo el Señó’!

—No, Goyo, ahí mismo le metí el tercero y el cuarto po’el lomo, porque la ví como debilitá’, pero to’avía no caía.

—¡Pastor! ¿Y no eran dos, los que le mandó el Señó’?

—Si, mano, pero yo taba tan lleno del Espíritu que no me podía detené.

—¿Cómo del Espíritu, pastor? ¡Usté’ le taba dando una cueriza!

—¡A puéj! ¿Y acaso el Señó’ no agarró un chaparro, un mandador, y sacó a los ladrones del templo? Recuerde que la Palabra dice: “El celo de tu casa me consume”.

—¡Ah! Es verdá’, Pastor, esa parte se me había olvida’o.

—Bueno, manitos, la mujé se e’smayó y después de pegá otro leco tremendo, cayó largo a largo. El co-pastor, el hermano José Coromoto Gallardo, me dijo: mano, ¡usté’ se metió en un lío, mató a la hermana Francisca!

—¡Santo! ¿La mató? —Preguntó la mujer de Goyo.

—¿Cómo la voy a matá? ¿no la vieron el año pasa’o, cuando nos visitaron en La Misericordia?

—Verdá’, Pastor… ¿Y qué pasó ’ntonces? —Dijo la vieja.

—¡Santo remedio! La hermana más nuuunca se volvió a endemoniá’. Dejó de ir por un poco e’ meses al culto, pero después regresó bien cambiá’.

—¿Y ahora? —Preguntaron al únisono Goyo y su mujer.

—Ahora la hermana Francisca es la Presidenta de la Sociedad de Damas de la iglesia. Y lo mejó’ de to’ es que ha demostra’o que es una mujé’ sujeta, llena del Espíritu.

—¡Gloria a Dios, hermano Venancio! —Gritó Goyo, mientras su mujer hacía movimientos de cabeza asintiendo de forma enérgica.

—Si Señó’, ¡Gloria a Dios! Él actúa por caminos misteriosos. Imagínese, dos cuerazos. ¿Quién se iba a imaginá’? —Dijo Venancio.

— Pero jueron cuatro o… cinco, pastor. Contestó la vieja.

—Si, cuatro, no sé…creo que jueron más...  pero jué por la llenura, recuerde manitos, yo taba demasia’o lleno del Espíritu.

—Ameeeén.

—Dios me dio una estrategia. Ahora, al empezá’ el culto, me paro en el púlpito, que es otro, porque el que reventó la hermana no se pu’o repará.  Yo pongo mi Biblia y coloco la correa del abuelo en el púlpito nuevo, pa’ que to’ el mundo la vea, y digo: ¡Aquí tá’ la sacademonio! Y miren manitos, ¡cómo se ha compuesto la congregación! Hasta los niños, ahora no hacen ni bulla, casi naiden me contradice. ¡A caí’o un espíritu de obediencia y de mansedumbre tremendo!

—Amén, pastor. Increíble.

—¿Se fija, Goyo? Esa es la razón po’ la que la gente de po’allá de Caracas, no me creyeran? En esa asamblea, to’ el mundo se alarmaba a medí’a que yo iba echando el testimonio. Y eso que eran puros pastores. Bueno, en realidá sólo un pastor, solito, me llegó después de mi intervención. Llegó callaíto, como le llegó Nicodemo a Cristo. Ese sí me dio la mano, se veía que era un santo, ¡Parecía que ’taba pasando una prueba tremenda! Ese varón, me dijo algo, pero yo no lo pú’e ayudá. Le dijé: No manito, no, lo siento mucho, con mucha pena, pero no pue’o. Me negué rotundamente.

—¿Y que jué lo que le dijo ese hermano, pastor? —Intervino de nuevo la vieja. 

—Me pidió un favor, me dijo: ¿Pastor, usté me pue’e prestá esa correa? Pero yo le respondí,  no, no, hermanito. 

—Él insistió, pero yo le dije: No, mano, la correa es una reliquia de familia, yo no presto la correa ungí’a de mi abuelo, ni loco, manito, ni loco.

 

Roberto A. Molinares S.



lunes, 8 de marzo de 2021

Paisajes Internos

Aquellas visiones que llevamos dentro


Obra: Anacoreta. 60x40 cms. Acuarela intervenida con materiales mixtos. Autor: Roberto Molinares


La interpretación de un texto enrevesado, cuyo lenguaje está alejado de la convención, constituye un reto debido a la complejidad de los conceptos, términos, palabras empleadas,  planteamiento de ideas  y la misma estructuración de las oraciones. (incluso, este mismo párrafo puede ser ejemplo de lo que digo).

Las palabras se las lleva el viento. Es decir, sin asidero o registro escrito, la emisión de nuestra voz o nuestras ideas, son como un enjambre de mariposas  que  tarde o temprano van a ser arrastradas y disueltas por un huracán. 

Otro sabio dicho del repertorio popular reza: Una imagen vale más que mil palabras. No es otra cosa que la comunicación efectiva a través de un elemento gráfico que al penetrar por la retina incita los procesos de la comprensión y el pensamiento.

El arte implica además de la una posible comunicación intencional del autor, una respuesta necesaria, la interpretación por parte del espectador, quien es el verdadero artífice del proceso y de toda la magia, pues sin él, el artista estaría desprovisto de propósito. 

El arte conlleva a una experiencia contemplativa que en la mayoría de los casos puede generar placer. Algo similar al arrobamiento que puede provocarnos una puesta de sol o una noche estrellada.

Las propuestas artísticas también pueden generar diversas e inusitadas reacciones: incomodidad, rechazo, alegría, sosiego, asombro y un sin fin de emociones, incluso, irónicamente, el malestar que produce la  incomprensión de lo observado.

En el caso del arte abstracto, el planteamiento del artista obedece a composiciones que se expresan mediante líneas, puntos, texturas y manchas de color sin la intención de querer representar algo figurativo específico. No así, en la mente del receptor no familiarizado con el mensaje abstracto. Al observador suele ocurrirle el fenómeno que consiste en atribuir formas y figuras a las manchas que bailan frente a sus pupilas. Este interesante fenómeno está relacionado con las famosas leyes de la Gestal y con el fenómeno psicológico denominado la Pareidolia, donde un estímulo visual muy vago y aleatorio es percibido como una forma reconocible.

Por ejemplo, el reconocimiento de  una cara es un proceso automático, rápido e inconsciente. Tanto los humanos como los grandes primates tenemos una zona cerebral específica en el lóbulo temporal llamada Giro Fusiforme donde hay neuronas cuya única función es detectar rostros y otros objetos.

Nuestro sistema visual es propenso a interpretar estímulos ambiguos como rostros, basándose en pocas señales. Esto estaría indicando que es el resultado de nuestra capacidad innata de detectar rostros, es un procesamiento subcortical,  es decir, se produce sin la intervención del razonamiento.

Todo lo antes expuesto es un preámbulo para la presentación de mi propuesta abstracta. Una serie que he denominado PAISAJES INTERNOS

El breve video es una visita por los espacios de una galería virtual en 3D, donde expongo 12 obras realizadas principalmente con la técnica de la acuarela, intervenida posteriormente con otros materiales. Las dimensiones de las obras rondan los 60 x 40 centímetros. El soporte proviene del reciclaje, cartulinas "Sulfato" desechadas por la industria gráfica, impresiones fallidas de empaques para la industria farmacéutica que he re-usado por su lado en blanco, no impreso, como un aporte sutil pero significativo a los cuidados de nuestro planeta. 



Trapecista

Orbex I

Flama


Quintaesencia

Tramadori

Lasanha


Portal Doble

Zarpa de luna II

Convexos

Orbex II



Zarpa de luna I

Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...