RELATOS Roberto Molinares

lunes, 11 de octubre de 2021

La Última Bala




“…No quepo en su boca, me trata de tragar pero se atora con un trébol de mi sien.

creo que está loca; le doy de masticar una paloma y la enveneno de mi bien.

Silvio Rodríguez / Sueño con Serpientes

 

 El cuerpo del "Pandeavena" había amanecí’o dobla’o sobre las escaleras. Normalmente alguien por lástima le fuera echa'o una sábana, pero ninguno de nosotros se atrevía, sabíamos que la furia de su hermano se iba a desatá. El ojo por ojo mandaba en este la'o del cerro.

    La Negra Rosa vio como El Harry intercambiaba unas cuantas palabras con el ahora difunto. Parecían estar conversando y de repente le soltó el plomazo en medio del pecho. Una cosa rara. No fue una ráfaga de escarmiento, parecía más bien un disparo respetuoso, no un ajuste de cuentas. 


La Negra, había visto la cosa escondí’a, detrás del kiosquito, en plena madrugada, amparada por la poca luz del poste de la esquina. ¿Qué hacía la Negra a esa hora por ahí? Bueno, donde está el suceso, está ella. Chismosa como ninguna. Después se fue de lengualarga. Si lo sabíamos nosotros y si estaban enterados los del callejón, ¿No lo iba a sabé El Pescao? Pero todo seguía como si nada. El barrio estaba tranquilo a pesá de todo y lo que parecía paz, era en realidá, el temor que se sentía en la calle.

    Si me lo cuentan no lo fuera creído, pero lo vi. Así de difícil era pensá que la situación podía cambiá. Claro, si ni siquiera nosotros, los del Consejo Comunal nos poníamos de acuerdo y todo se volvía una rencilla. Frases que quemaban iban y venían y todos terminábamos pelea’os: Algunos se la tiran de revolucionarios nada más que por poné'se una franela roja. 

Otro decía: Hay unos cuantos que andan como caimán en boca e' caño, esperando que nos bajen los recursos. La otra respondía: Camarada, usted no tiene moral para exigí nada, porque usted es un irresponsable. Y explotaba aquel brollo que terminaba con un poco e’ gente ofendí’a. Entonces, algunas mujeres luchadoras, expertas en criar hijos solas, se interponían pa’ que el asunto volviera al orden y hubiera un poquito de respeto. ¿Si no podíamos nosotros? ¿Cómo se iba a acabar la violencia en el barrio? Pero la cosa cambiaba cuando había rumba en la cancha o en la esquina empezaba a sonar la Salsa, allí estábamos todos hermana’os, sobre todo si había curda, porque como dice el viejo mío; El borracho anda buscando excusa pa’ empiná, que si pa’ refrescáse, que si pa’ celebrá o porque hoy sencillamente es viernes y aquí se bebe todos los viernes y punto. (Bueno, también el sábado y el domingo). 

Esa vez lo dijo el pastor Antonio en la asamblea comunal. Que el problema estaba en el propio ser humano y que si en la casa no hay valores estamos embroma’os. Dijo que ésta generación está pegada al televisor y al celular, que los hijos se crían solos porque la madre tiene que dejá el hogar pa’ mantenerlos, porque no hay hombres que honren la familia y que no es que los valores se perdieron, sino que están invertí’os, porque esta sociedá le dice bueno a lo malo y lo malo lo consideran bueno.

 Entonces empezó a decí que la droga y la caña eran la misma varilla, que después nos dabámos golpes de pecho cuando los hijos se van por el mal camino. Y más de uno se revolvía en la silla, arrugando la cara porque les estaba dando en la llaga. Y cuando la charla se estaba pareciendo a un sermón, salió por allá, uno diciendo que él había bebí’o desde los doce años y nunca había roba’o, ni mata’o a nadie y que tampoco había proba’o la droga. Que la cosa, no era así. 

Después vino el llamado de atención del vocero principal: Aquí no se discute de religión sino sobre el barrio, el pastor puede intervení, pero que se acuerde que no está en su iglesia. Nosotros no le hacemos daño a nadie cuando nos tomamos una cervecita, que pa’ eso uno trabaja, carajo. 

El pastor se defendió: La violencia es producto de la falta de amor, del resentimiento o el maltrato, pero nunca a causa de la pobreza. Los malos son pocos y los que queremos la paz, somos muchos. La violencia  en el barrio viene por la droga y a la droga se llega, porque desde pequeños tenemos el mal ejemplo en nuestras casas. 

Después cayó un silencio en la asamblea, roto por un par de toses y por el tamborileo del lápiz del vocero principal sobre la mesa. Entre las mujeres estaba, La Capitana, que se puso en pie. Tenía encajada una boina roja sobre el pelo bachaco y duro. Como siempre, la tipa no pudo quedarse callá. 

Yo siempre tengo a Dios en la boca y no le hago mal a nadie. Allá ustedes, que después de hacé tanto mal, se meten a evangélicos y se la tiran de santos como si no fueran roto un plato. 

Los que estábamos allí, sabíamos que el pastor Antonio, tenía un pasado violento y que estando en la cárcel había cambia’o cuando abrió su corazón a Jesucristo. El comentario cayó mal, y el pastor bajó la cabeza. Eligio, el maracucho, le dio el puntillazo pa’ rematá. Si nosotros estamos equivoca’os y vos sois el único que teneís respuesta, entonces, hacé algo por el barrio. 

El pastor lanzó un largo suspiro.

Ese día la asamblea llegó a unos cuantos acuerdos y todos constaron en acta, pero la única propuesta que no se registró como tal, ya se había puesto en marcha.


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    La culebra se mata por la cabeza y la cabeza de la violencia en el barrio era El Pescao, con una cuenta extrañamente sin cobrar. Una bomba e’ tiempo.

Los hermanos del templo «La Unción», me cuentan, que el pastor se la pasaba arrodilla’o y oraba por la paz del barrio y por la regeneración de El Pescao. Cosa que daba risa porque era algo simplemente imposible.


Ese domingo nos habíamos baja’o varias botellas y habíamos amanecí’o con la planta a todo volumen. La salsa saboteaba las alabanzas y el sermón en la pequeña iglesia. 

Como a la una de la tarde los hermanos salieron del templo. Repartían folleticos que algunas personas arrojaban de inmediato al piso. La brisa, que estaba fuerte, se los llevaba volando por to' el barrio. Era un espectáculo raro, parecían pajaritos alborotao's en el cielo del mediodía.

            Corría el rumor que habían visto a El Harry deambular a plena luz después de haber estado tanto tiempo guarda’o, escondí'o. Y de nuevo era la Negra Rosa, con sus ojos de candela y su lengua viperina, la encargá de asegurá, que el tipo andaba jactándose de haber manda’o al Pandeavena al infierno.

Me cuenta un pana, pana a su vez de un malandro, que ese día, El Pescao se había calza’o el yerro, 

y le había dicho a Los Rayaos que le había puesto una sola bala, que si no se llevaba a El Harry ese mismo día, se volaría los sesos. ¿Una sola bala?  ¡Había que llenarlo de plomo! pero El Pescao aseguró que una sola bala había liquida’o a su hermano y con una sola bastaría para cobrá la deuda. 

            Cuenta El gordo Machuca, que cuando venía subiendo el cerro en el Jeep, se bajó en la parada y vio la escena. El Pescao estaba bajando la escalera de la Vuelta del Tablazo y los hermanos del templo venían subiendo la misma escalera con el pastor al frente. Al pie de la escalera estaba El Harry, que cómo que pretendía subí, pero se percató de que el vengador estaba arriba, con el poco e’ hermanos atravesao’s en la estrecha escalera. El Harry no era loco, ¡Tenía también que estar calza'o!  El Pescao debió pensarlo dos veces, porque no reaccionó sino que comenzó a maldecí ante el obstáculo. Entonces vino el viento y trajo uno de los tantos papelitos que es día surcaban el cielo y lo llevó  hasta la cara del tipo. El papel quedó pega’o sobre los lentes oscuros del Pescao



El tipo manoteó pa’ despejá la visión, porque un segundo a ciegas podía significá la muerte. Cuando logró quita'se el papelito, se dio de cuenta que era uno de los tantos “tratados” que repartían los hermanos. Ahora sabemos lo que decía aquel papelito, porque él mismo Pescao lo contó después. Pero en ese momento todos veíamos la cosa como si fuera una película y no entendíamos nada.  El pastor lo enfrentó. Le rogó por amor a Cristo que no cobrara venganza. El Pescao echó una mirada al pie de la escalera, sacó el arma  pero se la puso al Pastor entre los ojos. No te mato porque le puse una sola bala y la estoy necesitando pa’ otro muerto.  


Entonces vimos asombrao’s, cómo el pastor hacía una cosa rara. Se empezó a aflojá la corbata y se la quitó, se desabotonó la camisa empapá 'e sudor y la tiró al piso como con rabia. Quedó con medio cuerpo moreno brillando al sol, parecía que iba a peleá con El Pescao


Sabíamos bien, que los hermanos estaban orando en silencio, porque  el barrio entero, estaba haciendo lo mismo. 

El pastor empezó a mostrá partes de su torso, le enseñó una a una todas las cicatrices de su cuerpo, eran entradas de balas y puñalá's. Un currículo escrito en el pellejo.  Resulta que el hombre manso que tenía al frente era un colega de armas, un bravo que había cambia’o. El pastor sabía en carne propia lo que era ser violento.  El Pescao se sorprendió.

El pastor contó después lo que le había dicho en ese momento crucial. Si yo salí de ese mundo, tú también puedes. Lo que te impulsa a vengar a tu hermano, no es la rabia sino el dolor, y el dolor se va con el perdón, pero para poder perdonar tienes que ser un valiente

Dicen que El Pescao empezó a temblá. Entre delincuentes hay ciertos códigos, en la cárcel se da un respeto muy grande por un creyente de verdá. Un hombre duro se quita el sombrero ante otro que ha mostra’o un cambio de vida. El Pescao se llevó al arma a la sien y le dijo: Mejor me vuelo la cabeza. 

Estábamos asusta’os y seguíamos sin entendé. Entonces vimos al pastor desarmarlo con un movimiento lento pero seguro. Le sacó el peine con destreza y dejó caer la única bala. La última. La bicha se fue rodando escaleras abajo, tintineando en cada peldaño de cemento. Para entonces, El Harry, ya no estaba por allí.



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Pasó el tiempo y El Pescao se transformó. Parecía que se fuera lava’o la cara dos veces, como si le brillara el rostro. Andaba limpiecito y encorbarta’o,  con un libraco negro bajo el brazo y una sonrisa que desarmaba. 

Descubrimos que su verdadero nombre era Ronald "Aleixi" Garrido. Ahora todos lo llaman,  el hermano Ronald.

¿Qué pasó con El Harry? Bueno, le pusieron los ganchos en Guanare, donde había huí'o desde ese día.  Está encana’o desde entonces. Ojalá le pase lo mismo que al pastor Antonio.

Hay gente aquí en el barrio, que opina que después de un pasado así, nadie tiene moral pa' andá predicando santidá, pero yo me alegro por un cambio tan grande. Yo nunca he leído la Biblia, pero cómo dice el pastor Antonio: Hay gozo en los cielos cuando un pecador se arrepiente.

    La cosa en el barrio se mejoró y Los Rayaos fueron desapareciendo o se fueron matando entre bandas con otros barrios. Ahora los vecinos, nos llevábamos mucho mejor entre nosotros. Somos más conscientes. Cuando prendemos alguna rumba le bajamos el volumen a la planta para no sabotearles el culto a los hermanos. Yo mismo creo que he cambia’o, dejé el cigarro porque la tos me estaba matando.

¿Qué decía el papelito que cegó a El Pescao? Bueno, parece una casualidá, pero en realidá fue un milagro. Aquel papel lo cegó por un momento solamente, pero ahí mismito también le abrió los ojos. El Pescao lo cuenta desde el púlpito cada vez que echa su testimonio. 

Era una cita de la Biblia. Simplemente decía: No seas vencido de lo malo, más vence al mal con el bien.  


Roberto Molinares




El Cuento La última bala, resultó premiado en el concurso "La paz es lo que cuenta", organizado en 2012 por la Editorial Venezolana Fundarte, y fue publicado en 2013 en la selección antológica que lleva el mismo nombre.


Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...