RELATOS Roberto Molinares

martes, 21 de diciembre de 2021

San Nicolás con kipá

 Por Alí Reyes Hernández





        La puerta se abrió y cuatro niños salieron a recibirme. Luego supe que me habían esperado todo el día. “Vendrá, vendrá, ya lo verás mamá”, habían insistido mientras enseñaban el papel arrugado de un telegrama.

─¡San Nicolás!… ¡sabíamos que vendrías!

    Por momentos como estos es que he estado haciendo este trabajo. 

Hablé con ellos y les repartí los juguetes. Pero había una niña rubia que permanecía callada en un rincón. Luego de una espera prudencial me dirigí a ella.

─Hola… ¿formas parte de esta familia?

─No.

   Me lo temía… era muy extraña su actitud. Yo me había encontrado con chiquillos que rompían a llorar de miedo, pero ya sabía cómo resolverlo. Este caso, en cambio, era distinto. Nunca me había ocurrido. ¡Y vaya que tenía tiempo en esto!

     Recuerdo que inicié este trabajo para romper una frustración de mi niñez. Mientras que todos mis amiguitos disfrutaban de la navidad ─magia que solo se puede materializar en la infancia─ y sus casas se llenaban de destellos titilantes, en la mía apenas se encendían las nueve lucecitas de la Hanukkah.



 Por eso, establecido ya con mi propia familia, me dispuse a enmendar el entuerto; instalé un árbol en la sala, manteniendo apenas una lámpara de mesa para que las luces del árbol resaltaran y, ¡claro!, para atenuar las susceptibilidades ortodoxas y familiares, lo que brillaba en su cúspide era una estrella de David. Y a pesar de que mi hija Claire solo tenía dos años, sus ojos brillaban de contento al reflejar los destellos danzarines que venían de la suave penumbra interrumpida por las lucecitas del árbol.

    Al año siguiente (1957) se me ocurrió además, disfrazarme de San Nicolás. Mi parecido con Hemingway, una barba de hule adherible, y unas almohadas convenientemente colocadas, hicieron que el traje me quedara a pedir de boca. Eso lo hice para mis hijos por dos años (Claire tenía cuatro y Daniel tan solo uno) hasta que en el otoño de 1959 vi a una chiquilla con un abrigo más grande que ella, tratando de meter una carta por la ranura de un buzón. ¿La carta para Santa? Eso hizo que me preguntara: ¿Qué pasa con las cartas que no son respondidas? Llamé a la oficina de correos y me informaron que en la sección de rezagos almacenaban talegos con esas cartas. Me dirigí al correo, y luego de llenar innumerables formularios, comencé a revisar. Me sorprendieron las exigencias tan absurdas de los niños mimados; pero seguí hurgando hasta que di con una carta que me paralizó: Querido San Nicolás. Soy una niña de nueve años. Tengo dos hermanos menores y una hermana bebé. Mi papá murió el año pasado y mi mamá está enferma. ¿Puedes mandarme una cobija para evitar que mi mamá sienta tanto frío en las noches? La firmaba “Susanita”. 

    Reanudé la búsqueda con más bríos, y hallé ocho cartas más por el estilo. Las tomé y, sin salir de las instalaciones del correo, me dirigí a la oficina de telégrafos y a cada niño le envié un telegrama: “Recibí tu cartita; pasaré por tu casa. Espérame”. San Nicolás.


Saqué dinero de mis ahorros y comencé los preparativos. Así lo he estado haciendo temporada tras temporada. Si la experiencia con mis hijos fue enriquecedora, ésta lo fue más porque me enfrenté a realidades descarnadas, que al contrastar con la inocencia de la niñez, hicieron que más de una vez saliera apresurado de una casa para evitar que las lágrimas aflojaran el adhesivo de la barba.


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    Hasta que Claire, que a sus diez años ya se perfilaba como escritora, me obsequió un poema:


Ya sé quién es San Nicolás

Es un invento de los papás

Pero ahora lo quiero más

Porque sé que él es mi papá

¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡jo!

    Ya que ella había descubierto mi secreto, la llevé donde estaban los juguetes, un espacio habilitado en el sótano. Se impresionó al ver lo ordenado que estaban. Leyó las cartas y… lloramos juntos. De allí en adelante se convirtió en mi mejor ayudante, clasificando, identificando y envolviendo los juguetes. Por otra parte, mi afición por representar al santo navideño hizo que muchos fabricantes de juguetes me enviaran cajas de sus mejores productos y hasta los locales de comida rápida competían porque comiera en ellos. Las veinticuatro horas que van de la Noche Buena a la Navidad las pasábamos ubicando direcciones en el helado ambiente y el congestionado tráfico neoyorkino.

    Pero en este momento, ante mí estaba una niña que parecía escéptica. Cosa extraña. Casos como estos deben ser abordados con cuidado, pues no tenía idea del origen de su mutismo.

─¿Cómo te llamas?

─Rut.

─Hola, Rut. ¿Cuántos años tienes?

─Siete.

─¡Acércate,  que San Nicolás no come gente! 

    En un arrebato de valentía se acercó y la senté en mi pierna.

─¿Recibiste algún juguete esta navidad?

─No.

   Busqué en el saco la muñeca más linda.

─¿Qué te parece? 

    Sus ojos se iluminaron, pero aun así guardó silencio.

…Tómala… es tuya.

─No… no puedo.

─¿Por  qué no puedes?

    Con su mirada me indicó que no quería que los otros niños se enteraran. Así que, poniendo el juguete en sus brazos,  bajé la voz.

─Bueno Rut, dímelo solo a mí, al oído.

    Se acercó y me dijo en un susurro.

─Es que yo soy judía.

    Esta vez fui yo quien se acercó a su oído. Entonces, abandonando el falsete grave del santo navideño, y con la más dulce reverencia, le dije:

Shemá Yisrael, Adonai eloheinu Adonai ejad.

   Sus bracitos se abalanzaron a mi cuello.

─¡San Nicolás!... ¡tú también eres judío!

─Sí Rut. Ese será nuestro secreto. Aunque, a decir verdad, el Niño Jesús también es judío. Entonces ¿Cuál es el problema?


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    Jay Frankston, llegó a Estados Unidos desde Europa en tiempos de la post-guerra. Ejerció como abogado, y mientras vivió en Nueva York hizo las veces de San Nicolás por doce años (1959-1971)

Caracas, diciembre del 2015


El cuento San Nicolás con kipá fue finalista en el XIV Concurso Constanti, de Tarragona, España, y forma parte de la antología 2021 del certamen.

                                                                                         
Alí J. Reyes Hernández
Escritor venezolano. 
Ha publicado dos libros de cuentos, Tigrero (2002) 
Portugal mar afuera y otros relatos (2012). 
Se caracteriza por darle a la crónica el formato de cuento, 
con una narración rápida, directa, breve y de finales contundentes.
Además, administra la bitácora miscelánea: 
En la actualidad reside en Maringá (Brasil)

Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...