RELATOS Roberto Molinares

sábado, 30 de enero de 2021

Brazos Abiertos



 Música de Inspiración Propia...


"Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" Juan 15:13

Este es el motivo del presente tema musical. Es nuestro deseo, que todos puedan ser bendecidos con nuestra interpretación.



Worship - Adoración


Tema: Brazos abiertos

Author/Guitar: Roberto Molinares. Miembro SACVEN 8051

Vocals: Roberto y David Molinares (Padre e Hijo)

Arreglo vocal: David Molinares

Cámara: Ana de Molinares

Derechos Reservados

sábado, 2 de enero de 2021

Una casa con apariencia de ermita

 Así son los recuerdos cuando se funden con los viejos anhelos, duele el tiempo perdido


Mis pasos resuenan por la calle empedrada que conduce a la plaza adornada y espléndida. Voy apurado por las veredas, no quiero ser impuntual. 

En el centro de la plaza nuestro héroe sostiene un sable y parece caer del pedestal junto a su encabritada montura. La iglesia es blanca y regia. Me parece escuchar tañidos fantasmales de campanas que, alguna mañana gris partieron de un puerto de Asturias hace mucho tiempo, hasta estas tierras y coronaron la torre de nuestra iglesia.

Ojalá la casa de mi novia tenga jardín y un pino pequeño que le dé a la fachada aires de ermita. Deseo que la vivienda tenga zaguán como las casas de antaño para que al entrar reverbere mi voz como el eco de los acantilados. 



Estoy frente a ella y mi corazón parece díscolo. Es exacta, tal como he imaginado, una casa donde adoraría vivir. En la entrada, a la izquierda, está el tinajero de piedra, goteando agua fresca, dando la bienvenida y rodeado de helechos que le dan humedad de selva intrincada al corredor. Compruebo al cruzar el dintel de la puerta, una planta de sábila como se estilaba antes, una tradición de muchas familias que reconocían en la planta propiedades protectoras que regían las energías de las casas. 

Ojalá me reciba su abuela, esa matriarca dulce que se desgaja en sonrisas y me halaga poniéndome algo incómodo. Qué apuesto, qué buen gusto el de María Luisa. Las infaltables palmaditas en mis mejillas de unas manos suaves y regordetas que están frías, no por el clima, sino  por costumbre. 

Me gustaría que al entrar, me encandilaran por momentos las luces del árbol saturado de dorado. Tiene muchos verdes y blancos y pocos rojos. Hay ángeles y campanas colgando en él. También tienen un bello pesebre. Lo del árbol es una costumbre moderna, pocas familias han dado el paso de adoptar la tradición foránea, pero no niego que es hermoso.

La abuela me hace sentar en un sillón cómodo y blando. Se escuchan melodías navideñas que provienen del fondo de la casa, de alguna radio antigua, cuyos bulbos han resistido el paso generacional, captando emisoras mal sintonizadas de otras épocas. Flota el agradable aroma del guiso de hallacas. Estoy feliz de ser invitado y de poder conocer a su familia.

La abuela me dice con picardía que pronto María Luisa vendrá, que se está tomando su tiempo para arreglarse. Yo desajusto el nudo de mi corbata para respirar mejor. Me sudan las manos y las seco con mi pañuelo impregnado de la colonia Heno de Pravia que he robado a mi padre. Toco mi cabello y compruebo que continúe engominado, cada pelo en su lugar. Llevo en mis manos un obsequio, que aunque forrado de papel rojo brillante, se adivina por su forma. Es una botella de ponche  para después de la medianoche. 

Ojalá mi novia tengas los ojos pardos y claros como los de mi madre. Escucho tacones discretos que descienden de la segunda planta de la vivienda. María Luisa está radiante, sus rulos rebotan al bajar cada peldaño. Lleva un vestido añil hasta las rodillas con encajes que realzan su figura. No puedo ocultar mi emoción. Está hermosa. Me brinda una sonrisa y baja los ojos con timidez. Me pongo de pie para recibirla. Tengo el corazón descompasado.

Oigo voces que provienen del fondo. Su padre, su madre, otros miembros de la familia conversan y ríen. Hoy tomaré, junto al que será mi suegro, el vino de nochebuena. Espero guardar la compostura y no hacer el ridículo, ni pasar vergüenza frente a mi chica. 

Seguro la casa tiene patio, y en él, retoza un perro que no es más que un cachorro. Siempre he querido tener uno de mascota. Lo imagino blanco, como una mota para entalcar.

Sobre la mesa ya están dispuestos los platos de loza, cubiertos y copas de cristal. Un mantel verde y dorado, aviva todos los elementos. Si alguno, paseando por la vereda, echara un vistazo por la ventana y espiara por breves momentos nuestra celebración, de seguro nos envidiaría. Aquí todo es perfecto. 


Así son los recuerdos cuando se funden con los viejos anhelos. Si miro por un momento los ángeles que cuelgan del árbol o me pierdo en las luces del pesebre buscando con ansías la figura del Niño Dios, dejaré este momento mágico y volveré al presente, cosa que no quiero. Duele el recuerdo del tiempo perdido, de una época que cuando la viví, no tenía la importancia colosal que tiene ahora.

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Estoy frente a la casa, pero ya no tiene apariencia de ermita. No hay jardín, el tiempo ha devastado todo y la casa está en ruinas. El pino sigue allí, pero como un fantasma que custodia los recuerdos, sin verdor, seco de melancolía. 

Ojalá, María Luisa fuera mi novia, o por lo menos, lo haya sido en algún momento. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y vivir otra vez mis veinte años.

Por un momento regreso a la sala de esa casa, en esa nochebuena de mi anhelo. 

Ensordecedor es el sonido de los patines de hierro contra el asfalto. Se cuela la algarabía de los niños que explotan saltapericos y queman luces de bengala en la plaza. 

Me pongo en pie y coloco sobre la mesa, la botella del ponche que preparó mi madre. Camino hasta la escalera donde María Luisa aún está esperándome. Dejo escapar un profundo suspiro. Ella no ha descendido ese último escalón porque sabe que así se aproximará a mi estatura. 

Rodeo su cintura y me extravío en el color de su mirada que me recuerda a mi madre.

 Aún oigo las voces de sus familiares al fondo de la casa. Debo aprovechar el momento. Estoy a punto de darle un beso, nuestro primer beso. Afuera estallan cohetes que iluminan  la nochebuena.

Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...