RELATOS Roberto Molinares

viernes, 13 de noviembre de 2020

Nostalgias en torno a una foto amarillenta

 

Un documento de 86 años


Escolares de Pedraza
Estudiantes de Pedraza. Fotografía perteneciente al álbum de la familia Molinares Sánchez

    
Por Roberto Aníbal Molinares Sánchez

    No todos tienen la dicha de poseer el legado fotográfico de nuestros antepasados. Documentos que pueden datarse en casi un siglo. Personajes más allá del tiempo que intentan aferrarse al presente aún cuando muchos estén desdibujados y diluidos en un color sepia que se parece al olvido.

El álbum familiar es un portal que abrimos de tanto en tanto. Un laberinto de rostros, modas, instantes y paisajes. Retratos de personajes que posan ante la lente con seriedad mortuoria. Una suerte de resignación, como si en lugar de estar frente a la cámara, estuvieran a punto de ser fusilados. Aunque se trata del ejercicio mágico de apresar un momento, ninguno sonríe. Tomarse una foto debió ser un suceso importante que requería no respirar, reírse, ni moverse. No era para menos, se trataba de un retazo de la historia que quedaría eternizado.

Nuestro álbum también sufre los embates del tiempo. Antes, perfectamente encuadernado, unía sus hojas por un espiral metálico que aún perdura, pero sosteniendo unas pocas páginas. La mayoría de sus hojas se han desprendido y eso ha hecho que perdamos el orden cronológico, si es que alguna vez lo tuvo. Hoy como siempre, recreamos la visita al pasado con la ayuda de nuestra madre, conocedora de los rostros que habitan el álbum. Se apoya en una lupa para rescatar los detalles y precisar las identidades. A pesar de sus noventa y dos años y su visión deteriorada, es la única guía que puede orientarnos en los laberintos que se abren. Vamos en pos de una tarea difícil, comprender el paso del tiempo, poniendo la marcha en reversa para detenernos en un momento específico.

Es una fotografía pequeña, pero por fortuna poseemos una copia ampliada, de la cual se ha eliminado de manera digital el tinte añejo y amarillento. Muestra a un grupo de escolares de Pedraza, el pueblo enclavado en las riveras del gran río Magdalena, donde vivió y fue criado nuestro padre Ángel Horacio Molinares Castro.

La foto tiene unos 86 años, un documento histórico de un valor sentimental incalculable. El momento corresponde al año 1936. Al fondo del grupo, puede apreciarse una pared construida con barro y caña brava que probablemente fuese parte de la humilde estructura de la vieja escuela que había sido levantada en la plaza, al lado de cárcel y muy cerca de la Iglesia.  En el centro de la foto está Rubén Darío Vásquez, uno de los maestros de nuestro padre.  El otro maestro de papá, fue Miguel Altamar, y ambos ejercieron una poderosa influencia en nuestro padre, quien recordó sus enseñanzas no sólo en el aspecto académico, sino que sus discursos se convirtieron en pilares fundamentales de ética y moral que acompañaron a papá el resto de la vida. El buen terreno que representó mi padre para ese legado de conocimiento y virtud, fue algo que hubiera llenado de orgullo a sus maestros. Papá nos aconsejaba  sobre la vida y las oportunidades desperdiciadas, entonces lo citaba

―El Señor Rubén  nos decía: “El tiempo que se va, hasta los santos lo lloran”.

Rubén Darío Vásquez
acompañado por dos chicas 
de la escuela femenina, 
una de ella es Elsa Movilla, prima 
y hermana de crianza de nuestro padre
El maestro Rubén debe haber sido fotografiado en otras oportunidades porque ha adoptado una pose estudiada, casi Napoléonica, mirando al costado, ofreciendo tres cuartos de su rostro mientras que todos los demás miran al frente esperando el fogonazo del bulbo de magnesio, con excepción de un niño de la fila de abajo, que mira a la derecha rompiendo la armonía del grupo. Es probable, que este infante hubiese sufrido de lo que ahora se ha denominado “Trastorno de Hiperactividad con Déficit de Atención”, porque de seguro, los adultos y maestros debieron advertir al grupo previamente con una aleccionadora cantaleta la obligación imperiosa de no moverse. La captura del momento requería el mayor esfuerzo de todos. Los padres vistieron a sus hijos con sus mejores galas, desempolvaron corbatines y corbatas, lustraron zapatos y engominaron el cabello de sus pequeños. Nadie podía desperdiciar la oportunidad de ser perpetuado de forma presentable. Imaginamos al fotógrafo transportando su cámara, trípode, bulbos, focos, acompañado de su personal auxiliar, navegando hasta Pedraza desde Calamar en una canoa expresa, embarcación a la cual se le había adaptado un motor fuera de borda Johnson. 


Los brazos del maestro están cruzados sobre el pecho. En una mano sostiene un diploma enrollado como símbolo de lo que todos pretenden.  El docente viste formal y está flanqueado por dos chicas que debieron pertenecer a la escuela femenina. Sabemos que una de ellas es Elsa, prima y hermana de crianza de mi padre, pero ignoramos cuál es. En esos tiempos, varones y niñas asistían a escuelas separadas. La presencia de estas chicas aporta un aura especial, son hadas madrinas que equilibran la rudeza de tanta testosterona.

Nuestro padre a los
8 años de edad
Nuestro padre es el quinto alumno de derecha a izquierda de la línea compuesta por los niños menores que aparecen abajo. Tiene un mechón de pelo sobre la frente y tiene una mirada torva.  Luce moreno, a pesar de que no lo era. Imaginamos que en el grupo deben estar algunos personajes que papá mencionaba  por sus sobrenombres,  un tal "Boñe", Luis Pablo Jiménez, alias "El Ñeca", Manuel Narciso Santander, el "Mañe", Guillermo Manrique, Jaime Patiño, Guillo Tapia, Carlos Tapia, un tal Becerra, que tenía un lunar que le arropaba el rostro y al que sus compañeros llamaban “Cara Peá”, como si las flatulencias tuvieran la propiedad de teñir porciones de piel humana. El lunar nos podría ayudar a identificarlo, pero la foto presenta rasguños, puntos de polvo y manchas que en la versión ampliada se aprecian mucho más grandes como si una lluvia de asteroides flotara sobre algunos rostros. El remoquete “Cara peá”, nos aclara también, que hace 84 años, jóvenes y niños eran víctimas los unos de los otros, de lo que ahora se ha llamado Bulling. Es lamentable, pero todavía hoy, no hay distintivo más identificador de un personaje que su defecto a simple vista.


En el grupo debe estar también un tal Rafael David, a quien confundían con papá, y por ello a ambos, estando juntos o separados, eran llamados “Mello”. Con el tiempo, el parecido entre ambos se disipó. Probablemente también estaría otro condiscípulo, Alfredo Domínguez. Papá nos contaba, que Alfredo había sufrido un accidente terrible al caer de un árbol tratando de alcanzar un fruto llamado “caimito”. Las fracturas de sus piernas y brazos fueron reducidas a sangre viva, colocando cada hueso en su lugar al ser entablillado. El responsable de este procedimiento, fue  el curioso del pueblo. Un señor, del cual no tenemos el nombre. Este sujeto le componía los dedos a papá cuando se los estropeaba al jugar descalzo con la bola e’ trapo. Papá decía que el “traumatólogo” tenía unas hijas gemelas ya grandes que se encargaban de agarrarlo e inmovilizarlo hasta que el curioso jalaba y ubicaba las falanges contraídas. Era preferible la tortura, a la “Limpia” que seguro le daría mi abuelo Roberto Molinares, si llegaba a verlo cojeando. Por otra parte, la terapia de rehabilitación de Alfredo Domínguez, consistió en movilizar infinidad de veces una pila de arena con una pala. Con semejante ejercicio, Alfredo quedó como nuevo.

Alfredo Domínguez se reencontró con papá en Venezuela para la navidad de 1973. Ese 24 de diciembre, Alfredo estaba tan pasado de tragos, que se puso a bailar y a dar vueltas al son de los vallenatos de nuestro tocadisco. En uno de esos giros, se llevó el árbol de Navidad como si fuera una pareja y lo derrumbó. Las bambalinas rodaron y algunas se quebraron, pero esta vez, Alfredo resultó ileso. En la mañana del 25 de diciembre, muy emocionados abrimos nuestros regalos. No me gustó mucho el mío, tanto es así, que no recuerdo lo que era, pero quedé prendado del regalo de mi hermano, un guante de beisbol infantil que era el sueño de cualquier niño. Unos cuantos días después, Alfredo Domínguez regresó a nuestra casa. Estaba sobrio y contento, aunque un poco abochornado por el incidente del árbol. Alfredo me entregó un paquete. Al rasgar el papel de regalo descubrí un guante igual al de mi hermano. Siempre lo recordaré por ese gesto. Alfredo era de la misma edad de mi padre y asistía al mismo grado. Tiene que estar en la foto, pero no podemos precisarlo.

 Otro personaje sobre el cual elucubramos, es el rubio de corbata que está a la izquierda y porta un libro en su mano. Suponemos que podría ser el primo de papá, Hermógenes Movilla. Nuestro padre solía recordarlo rubio y con los ojos azules; "como dos bolitas de vidrio de jugar uñita".


Hermógenes Movilla
Papá usaba la frase “El sol le ofendía la vista”, para describir la sensibilidad extrema a la luz que tienen algunas personas de ojos claros.  Hermógenes era hijo de América Bermúdez, 
hija a su vez del gran maestro, Rafael A. Medina, considerado por algunos cómo el más influyente músico de la cuenca del Caribe Colombiano del siglo pasado.[i] Un hombre de quien nuestro padre solía decir que había estudiado en Panamá y era capaz de transformar el trinar a los pájaros en partituras.

 

Papá recordaba un suceso que conmovió a Pedraza: una mujer llamada Josefita Castellón, presintiendo su muerte, encargó su propia marcha fúnebre. El día del sepelio, el pueblo se volcó a las calles. La marcha: Dolor de madre, resultó ser una pieza magistral que estrujó los corazones a tal punto que nuestro padre recordaba haber visto a los dos policías de Pedraza llorar en la vía pública.

 

América, la hija del viejo Medina, había sido receptora del don musical. A los doce años contaba con 24 alumnos y era tan versátil que parecía jugar con las teclas del piano. Sin embargo, a pesar de ser una niña prodigio, pareció hartarse del yugo que significaba la dura disciplina. Se apartó del piano para siempre. Hermógenes, el joven rubio de la foto, quien había heredado parte del talento de su abuelo Rafael Bermúdez, pues era aventajado ejecutante de la trompeta,  joven, falleció El nieto de Rafael Medina; de tuberculosis en 1951 en la ciudad de Barranquilla.

Entre los personajes inolvidables, siempre amados por papá, no debería faltar su primo hermano "Juancho", a quien papá recordaba como su guía y mejor compañero. Siendo nuestro padre hijo único, Juan Manuel Acosta Bermúdez, se constituyó en su verdadero hermano. "Juancho", era tan sólo dos años mayor que papá, por lo tanto debía estar en edad escolar y ser parte del grupo fotografiado. Papá decía que "Juancho" tenía el cabello crespo. Aunque mamá coloca la lupa sobre cada rostro, no tiene manera de identificarlo. Pero por suerte tenemos una foto tipo carnet de Juancho en su juventud, y vamos a echar mano de herramientas digitales. Ya digitalizada, la transparentamos para poder solaparla sobre la foto también digital del grupo. Lo podemos apreciar en la pantalla de una computadora. Vamos probando la “máscara” sobre cada personaje. ¡Eureka! Un rostro arroja bastantes coincidencias. Se halla justo al lado de papá ¿Dónde más podría estar ubicado sino al lado de su compinche? Juancho tiene la cara levantada y mi padre la tiene hacia abajo. Estamos felices y emocionados, hemos encontrado al primo Juancho gracias al photoshop. Es como si pudiéramos darle un abrazo.


Juan Manuel Acosta (Juancho) y nuestro padre
Ángel Horacio Molinares Castro
En la foto aparece Gabriel Lozano Martínez, quien era unos ocho años mayor que papá. Esos 8 años de distancia con papá hacían gran diferencia. Gabriel, está ubicado detrás de Hermógenes y ambos llevan pantalones largos.
Más que moda, era un indicativo de adultez. Hemos podido ubicar a Gabriel gracias a una foto suya de adulto, y hemos realizado el mismo procedimiento de usar la foto de adulto como máscara para ver en cual rostro juvenil encaja. Existen leves diferencias, pero todos los rasgos característicos están presentes. Haber acertado otra vez, es motivo de alegría, pero lo es aún más, el hecho de saber que Gabriel Lozano Martínez era el único sobreviviente de esta foto y que para el año 2020 contaba con buena salud física y mental. Había llegado para ese entonces a 102 años de edad, convirtiéndose en el personaje más longevo de Pedraza. ¿Cómo lo sabemos? Lo hemos leído en una publicación reciente, escrita por nuestro pariente, Álvaro Rojano Osorio[ii]. La foto de Gabriel Lozano Martínez, la hemos obtenido de del link posteado en el facebook del autor. 


Gabriel Lozano Martínez en 3 tiempos. La última a los 102 años de edad


Se trata de una crónica-entrevista, donde Gabriel Lozano Martínez, expone parte de su biografía y rememora eventos históricos del pueblo que coinciden con las historias que papá nos relataba. Por ejemplo: el descenso sorpresivo de un hidroavión que posó sus patines sobre las aguas del río Magdalena, asustando a las babillas y a los caimanes, pero atrayendo a todo el pueblo. La muchachada corrió a ver el fenómeno: un avión que no se hundía. A los "pelaos", le siguieron los adultos y luego, un poco retrasados, los viejos. Estos últimos, venían apoyados en sus bastones, también llevaban prisa a pesar del reumatismo y los dolores propios de la vejez. 

Otro suceso que nuestro padre nos contaba, y que coincide con el relato de Gabriel Lozano Martínez, en la entrevista hecha por nuestro primo Álvaro Rojano Osorio, es la llegada de Francisco "Pacho" Rada, uno de los primeros juglares del acordeón. Papá nos relataba que a Pacho lo ubicaron sobre una mesa a manera de escenario, debajo de un árbol de olivo que estaba en la puerta de la casa de Sebastiana Santander. Papá le oyó improvisar unos versos que le quedaron por siempre en la memoria:

Yo vine el domingo en la tarde

Como todo el mundo me vio

Yo conocí al alcalde

Y él también me conoció.

Pacho Rada, el alter ego de "Francisco El Hombre", el valiente personaje de leyenda que había vencido al Diablo con sus ingeniosos versos, había hecho su entrada en Pedraza sin mayores equipajes, pero con un cargamento especial: varios burros llevaban sobre sus lomos una batería de acordeones. Bien es sabido que el acordeón viene de fábrica con una determinada afinación y para poder tocar un repertorio versátil, entre tonos menores o mayores, y abarcar toda la escala crómatica completa, son necesarios varios acordeones. 

El maestro de los Juglares Vallenatos: 
"Francisco "Pacho" Rada. 1907-2003

El Alcalde de Pedraza que había tenido el honor recibir aquellos versos de Pacho Rada, bajo el olivo de de la casa de Sebastiana Santander, se llamaba Pablo Yejas. 

Con los años, Pablo Yejas, ya mayor, emigró a Venezuela con su hijo Álvaro Yejas y parte de su familia. Se constituyeron en gente acomodada de la sociedad caraqueña de los años 50. 

Cuando nuestro padre, contaba con 26 años, también decidió probar suerte en Venezuela y buscó apoyo en sus coterráneos. Con los años, papá y Álvaro Yejas, a pesar de ser de distintas clases sociales, se hicieron compadres. Papá lo escogió como padrino de mi hermano Arnaldo.





En los años 90, papá quiso sorprender a su recordado primo Juancho con un gesto especial. Aprovechando un viaje de Manuel (Tato) Bermúdez, un primo en común, le entregó una copia de la foto para que la depositara en sus manos. Juancho quedó atónito al contemplar la reliquia. 

  

 
Algunos de los estudiantes de Pedraza portan un libro. Nos inclinamos a creer que se trata del libro “Alegría de Leer”, un libro
  que tenía versiones según el grado que se cursara. En 1976 viajé a Colombia con mi madre. Encontramos “Alegría de leer” para cuarto grado en un mesón de libros usados en el mercado de Barranquilla. Intrigados quisimos saber por qué papá lo había encargado después de tanto tiempo. Entonces ocurrió un fenómeno, las lecturas también colmaron nuestra infancia. Sus historias, todavía hoy, forman parte de nuestras vidas
  
    Los niños de la foto crecieron y egresaron de la escuela de Pedraza. Algunos fueron a estudiar a otras poblaciones en una institución equivalente a un liceo, llamada, “Escuela Complementaria”. Juancho, fue uno de esos jóvenes afortunados que fue enviado a Bogotá donde cursó un bachillerato especializado en comercio y llegó a ser unos de los líderes de un periódico escolar denominado “Faro Juvenil”. En el caso de papá, cuando llegó al término de su ciclo en la instrucción básica, debió repetir el cuarto curso, al menos en cuatro ocasiones, al no tener otras opciones de aprendizaje. El maestro designado para este vital periodo de su educación, fue el gran docente Rubén Darío Vásquez, quien se encargó de que cada año repetido, fuera más enriquecedor y nutritivo que el anterior. El maestro trataba a papá, con la deferencia especial de un alumno, pero además, como a un sobrino y ahijado. El docente formaba parte de la familia. La tía de nuestro padre, Dolores (Lola) Bermúdez, fue la esposa del maestro y madrina de bautizo de nuestro padre.

Al llegar las fiestas de San Pablo, el santo patrón del pueblo, el maestro Rubén les relataba con emoción, la historia de la conversión del santo, y pronunciaba en latín la demoledora pregunta de Cristo: ¿Saule, Saule, quid me persequeris? Las fiestas se celebran con gran pompa. A falta de fuegos artificiales, los jóvenes y niños enterraban “recámaras”, bolas de barro seco que eran rellenadas con pólvora a través de un orificio. Un caminito largo de pólvora les permitía ponerse a salvo. Algunos le colocaban una lata para que el efecto fuera más estruendoso. Otros, los más traviesos, se encargaban de buscar un sapo vivo para colocarlo boca arriba encima de la lata.

La influencia de ambos maestros perduró toda la vida. Ya convertido en hombre, viviendo en Barranquilla, papá tuvo amores con una muchacha cuyo hermano menor estudiaba en la Escuela de Normalistas. Papá descubrió que uno de los maestros del joven, era su admirado y respetado Miguel Altamar. Papá le enviaba siempre saludos, con su cuñadoque con el tiempo se convertiría en nuestro tío Ariel Sánchez, quien a su vez, también llegó a ser un maestro reconocido. Dedicó su vida a la docencia en la Normal La Hacienda de la ciudad de Barranquilla, dejando además un legado como historiador en una obra de su autoría dedicada a su pueblo natal, en el departamento del Atlántico, titulada, “Mi Polonuevo Querido… 

Nuestro tío Ariel Sánchez,

Este es un ejercicio algo frustrante en el que debemos echar mano de las remembranzas de papá y combinarlo con una alta dosis de suposiciones. Se trata de aproximarnos a cada personaje. Es cómo armar un rompecabezas del cual tenemos piezas faltantes. Los recuerdos llegan como invitados inesperados y tenemos que acomodarlos lo mejor que podamos.



Convencidos del enorme tesoro que guarda, cerramos el álbum con nostalgia. Nos despedimos con solemnidad de personajes que nos observan desde una distancia mítica. Ha valido la pena ser guardianes del álbum y de la continuación de una tradición fotográfica. Aquí descansan todas las memorias, todos los sueños y triunfos, los bautizos, las bodas y nacimientos. Aquí reposan también, muchos hermosos momentos e instantes insignificantes que con los años se han convertido en trascendentes.

Estamos seguros que las esperanzas de nuestros ancestros han resistido el paso del tiempo.



[i] Rojano Osorio, Álvaro. Rafael Arturo Medina  Rodríguez, El hombre que  sabía de todos los instrumentos musicales y de todos los sones

http://editorialtorcaza.com/rafael-arturo-medina-rodriguez/

 

[ii] Rojano Osorio, Álvaro. Gabriel Lozano Martínez, su vida, o un viaje en el tiempo.

https://seguimiento.co/opinan-los-expertos/gabriel-lozano-martinez-su-vida-o-un-viaje-en-el-tiempo-39287

 

Portada  Revista La Barca, de Colombia.
Edición del número 22, donde aparece
publicada la presente crónica
Noviembre 2020

 

1 comentario:

  1. Hola Roberto, excelente relato, bien jalado. Felicitaciones ¡¡¡. Creo a futuro un viaje a Pedraza no quedaría mal. Desde Barranquilla fuerte abrazo.
    Javier Ramos Sánchez

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