RELATOS Roberto Molinares

miércoles, 6 de mayo de 2020

El extraño ofidio sin clasificar


"Comencé a escuchar un ruido extraño y lo asocié al sonido que se produce durante la caída de un gran árbol" 


Mamá estaba sentada en una mecedora en medio de la sala y tenía en brazos a mi pequeño hermano Arnaldo, quién estaba borracho de sueño pero se negaba a dormir.  Mi abuela también se encontraba allí. Ella sí estaba semidormida, sentada en su eterna compañera, la vieja silla de cuero de chivo.  Mi hermana Ángela que era dos años mayor que yo, estaba junto conmigo  en la sala. Extrañamente todos nos sentíamos aletargados.

Mamá nos había invitado varias veces a que jugáramos en la entrada de la casa donde había un pequeño piso de cemento contra el cual algunas veces pulíamos tapas de refresco. Mamá deseaba que el bebé se durmiera para adelantar la montaña de ropa que tenía que lavar a mano.  La prioridad era la retahíla de pañales de mi hermanito.


Era raro, ninguno de nosotros quería moverse de su sitio. Que no lo hiciera mi abuela, era normal, pues pasaba la mayor parte del tiempo sentada, mirando el vacío, pero no era el caso de nosotros, siempre activos. Era como si la tarde con su calor nos hubiese amodorrado. 
Comencé a escuchar un ruido extraño y lo asocié al sonido que se produce durante la caída de un gran árbol. En la serie Tarzán, había visto las escenas de tala de grandes troncos. El crujido al romperse la madera era idéntico al que ahora escuchábamos.

"Se encogió como un resorte de
adelante hacia atrás y salió propulsada como una banda elástica"

De un salto, mi hermana y yo volamos. Yo fui a caer sobre la maleta que mi abuela había traído de Colombia y que conservaba como si estuviera a punto de devolverse. Mamá gritó y subió los pies a la mecedora y aferró al bebé a su pecho. Ángela gritó con todas sus fuerzas. Mi abuela por supuesto no hizo nada, siguió mirando el vacío.
La serpiente estaba en medio de la sala, era grande, de un color verde claro, de cabeza achatada, casi redonda. Se encogió como un resorte de adelante hacia atrás y salió propulsada como una banda elástica. 



Del piso al techo fue un vuelo considerable. Lo más asombroso fue que se enroscó sobre un horcón de la esquina de la sala, justo encima de la nevera. Mamá siguió gritando y no era para menos, bastante aterrador era de por sí una serpiente, pero esta tenía propiedades especiales, volaba. 

Yo bajé de la maleta de un salto, salí disparado por la puerta y eché a correr calle arriba. Parecía que huía, algo comprensible para un niño de 6 años, pero en realidad iba en busca de ayuda. 

Llegué hasta un rancho todavía en construcción, donde se hallaban algunos hombres trabajando. Dos de ellos utilizaban machetes. Traté de explicarles la situación pero no entendieron o no me prestaron atención. Rompí a llorar, les dije que una culebra había entrado en mi casa, temía por mi familia, temía por mi hermanito. Uno de los hombres se hallaba sobre una escalera de madera dispuesto a subir al techo del rancho. El hombre dudó. Me miró unos momentos. Decidido, comenzó a bajar los tramos.
Conduje a los hombres hasta mi casa, venían con sus machetes. Entraron y comprobaron que era cierto. Mamá todavía gritaba. Todos habían logrado salir, menos mi abuela que permanecía sentada sin inmutarse adentro. Mamá indicó a los hombres el lugar donde se hallaba el ofidio.  La serpiente todavía se hallaba enroscada detrás de la nevera. 
Uno de los hombres la pinchó por detrás, obligándola a salir por una abertura que había entre el techo y el latón que hacía las veces de pared frontal de nuestro rancho. Cuando la sierpe asomó la cabeza, otro hombre desde afuera, la decapitó. 


Examinaron largo rato a la serpiente exangüe. Con la punta del machete juntaron la cabeza con el resto del cuerpo. Mamá entonces les relató el tremendo salto del suelo hasta el horcón. El hombre, al ver el color y la cabeza achatada, sentenció categórico. "Es una Sapa, una serpiente Sapa". Tenía mucha lógica, los sapos se desplazan a saltos y ésta era verde y podía retraerse y saltar. Así que no teníamos por qué dudar de la sapiencia del hombre y de su categórica sentencia y así lo creímos por mucho tiempo.





En mi juventud, como miembro de un grupo de excursionistas de montaña, recibí un  curso sobre ofidios venezolanos en el Serpentario del Parque del Este de Caracas. Una recia mujer llanera, fue la ofidióloga encargada. La mujer tenía ojos amarillos que le daban una sobrecogedora apariencia de reptil. A pesar de ser delgada, era de brazos nervudos y fuertes, tenía además una impresionante cicatriz en uno de ellos. Supuse que se debía a una mordida de caimán o algo semejante. Cuando manipulaba las serpientes lo hacía sin temor, con mucha destreza. 


"Sacó luego una víbora cascabel y al colocarla sobre la grama, ésta adoptó una agresiva posición de ataque"

Nos enfocamos en la Coral, hermosa, pequeña, pero altamente letal. Nos enseñó las diferencias que existen entre la Falsa Coral, un poco más grande, con anillos negros y blancos en orden diferente, no venenosa. Sacó con su gancho a una Mapanare Cuatro Narices y la colocó en el suelo. Nos habló de antídotos y de la importancia de la atención inmediata. Sacó luego una víbora cascabel y al colocarla sobre la grama, ésta adoptó una agresiva posición de ataque. Inmediatamente zigzagueó y en cuestión de segundos se había escapado. 



La serpiente se movilizaba velozmente sobre el agua. (El Serpentario del Parque de Este tiene en su centro un pequeño lago artificial de forma circular). Mis dos compañeros y yo, saltamos en dirección opuesta a la serpiente. La mujer logró sacarla con su pértiga. Parecía divertirse con nuestra reacción cobarde y por un momento me pareció que la había dejado escapar a propósito para darle un poco de emoción a su charlaEstábamos temblando.

 Recordé el incidente con la Sapa. Aproveché para preguntarle sobre una serpiente que pudiera emular con su salto el acto de volar. Procedí a describirla con detalle, su color, su cabeza achatada, tamaño, la habilidad retráctil, y el sonido de tronco quebrándose que producía al arrastrarse.
La mujer clavó en mí, sus ojos de reptil y negó rotundamente. Aseguró no conocer la existencia de un ofidio con esas características en territorio venezolano. Dudaba que tal ofidio existiera en cualquier parte del mundo. Me preguntó si le estaba tomando el pelo.

Ya que la serpiente no existía, no tuve el valor de contarle la anécdota de mi niñez.

5 comentarios:

  1. Somos dos los que corremos al ver un serpiente, sea o no sea ésta venenosa. Excelente relato, quedé pidiendo más... Después me cuentas si lograbas dormir, ja ja ja.

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  2. Bueno, las serpientes fueron durante mucho tiempo parte de mis temores infantiles. Resulta que las serpientes han sido un símbolo de sabiduría, salud, farmacéutica, símbolo del mal también y una fuente de temor para casi todos los seres vivos, menos para las mangostas, que tienen la rapidez de eludir el ataque de una de ellas y resultar además ganadoras. Gracias por tu comentario, gracias por leer.

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  3. Buen cuento. Clara, Marco y Bridget.

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  4. Amigo Roberto,es la familia Grundy jeje clara Marco y Bridget jeje Pensamos que esa Culebra era una iguana del tiempo de los �� y la Culebras siempre nos dan miedo.

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  5. Excelente relato! Al igual que Javier, me pareció tan emocionante que quede con ganas de leer más y de saber cuál serpiente 🐍sería esa.

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Gracias por tu comentario. Es un aporte muy valioso para mi.

Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...