"Dentro hay un corazón palpitando, lo corto de cuajo de inmediato sin que sangre"
Observo el mar desde mi ventana; parece que se avecina una tormenta.
Percibo un tenue olor a café recién colado. Observo a
Chanteclair dando saltos y chillidos en su jaula. El viejo Víctor me dijo
alguna vez: “No te acerques demasiado. El pájaro verá su propia imagen en tus
pupilas, y creerá que es un abejorro. Tu luz puede apagarse de un solo
picotazo”.
Estoy en mi casa de playa y me propongo desenterrar un tesoro.
Voy hasta una de las habitaciones. Descorro la puerta del closet. Hay abrigos y
sombreros. Abajo, zapatos femeninos de todos los colores y estilos. Hago un
espacio barriéndolos con mis pies y comienzo a cavar en el piso con una piqueta
de albañil.
El primer golpe cuartea el granito y dibuja una tela de araña. Tomo
impulso y agrando la herida. El olor a café comienza a esparcirse por toda la
casa.
Chanteclair canta, acompañando la cadencia de mis golpes. Ha empezado a llover. Rápidamente el hoyo se hace lo suficiente grande para engullirme.
Chanteclair canta, acompañando la cadencia de mis golpes. Ha empezado a llover. Rápidamente el hoyo se hace lo suficiente grande para engullirme.
He dejado atrás el
granito y ahora estoy sobre tierra compacta, que luego da paso a una arenisca
oscura y mojada que huele a playa. Con una pala extraigo cúmulos de arena. El
crujido de la pala contra algo grande y sólido me saca una sonrisa. En efecto,
es lo que pienso: un cofre pesado. Vuelo a martillazos el seguro.
Al abrir la
tapa se escapa una fuerte luz de su interior y debo apantallar mis ojos con las
manos. La luz mengua poco a poco como una linterna que agota sus baterías. Debería sorprenderme o desconcertarme, pero no ocurre así. Dentro hay un corazón palpitando. Es una entidad viva y viscosa. Tomo una decisión guiado más por la curiosidad que por el instinto. Lo corto de cuajo de inmediato sin que
sangre.
En su interior hay un cilindro que tiene una etiqueta con una fecha que
no puedo distinguir. ¿una capsula de tiempo? Parece un tubo de ensayo metálico. Lo abro y me llevo
otra sorpresa. De su interior sale una pequeña salamandra de color violeta que sube por mi mano, adhiriendo su vientre frío a mis dedos. Me asalta un nuevo recuerdo del viejo
Víctor: “La felicidad se encuentra en el vientre de los lagartijos”.
El violeta es un bello color. Me debato. No sé si deba abrir el vientre del lagartijo. Admito que me gustaría saber lo que lleva adentro, aunque creo que la salamandra ignora mis intenciones.
El violeta es un bello color. Me debato. No sé si deba abrir el vientre del lagartijo. Admito que me gustaría saber lo que lleva adentro, aunque creo que la salamandra ignora mis intenciones.
Emerjo del hueco
y voy hasta la sala. Observo el mar emborrascado desde mi ventana mientras tomo
una taza de café.
La tormenta ya está aquí y efectivamente se desgarra el cielo con una espada de luz que toca las aguas en el horizonte.
Es un trueno descomunal y extenso que me saca con sobresalto de debajo de mis sábanas. Me desperezo con un bostezo y dejo caer mi almohada. Resulta que he estado de gira por mundos alternativos gracias a mis dotes de onironauta y encuentro en ambas realidades algunas sincronías; el acecho de la tormenta y la lluvia.
Me preocupa Chanteclair por su temor a los truenos. Voy presuroso en su búsqueda.
Contemplo una escena de horror. El ave tiene un barrote de su jaula atravesado en el pico como si pretendiera escapar o buscara oxígeno a toda costa. Algunas pequeñas plumas aún flotan.
El estruendo le ha cortado el hálito aunque el rayo debe haber caído en algún punto muy lejano del mar.
Es extraño... todavía danza el aroma de café recién colado a pesar de que estoy completamente sólo en la casa.
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