RELATOS Roberto Molinares

domingo, 20 de diciembre de 2020

Las Bicicletas





Por: Ángela Molinares Sánchez

    Ese noble medio de transporte ha servido de múltiples referencias, entre las que se cuenta aquella que tratándose de vivir la vicisitud más hostil, es comparable con cruzar el Niágara montado en ella.
 

Abrí los ojos como luna llena

y me agarré la cabeza

Porque es muy duro

Pasar el Niágara en bicicleta


Siguiendo en el contexto musical, se puede citar, y que viene al caso, es que se puede recorrer a Barranquilla montado en ella. El hecho que haya sido mi medio de transporte desde que era una niña de 3 años y con un papá amante de las bicicletas, entiendo perfectamente por qué a Shakira y a Carlos Vives, les dio por componer la pegajosa canción 



A tu manera, descomplicado 

En una bici que te lleve a todos lados

Un vallenato, desesperado...



Me hace mucha gracia el pasaje de Gabriel García Márquez, en su Memoria de Mis Putas Tristes, que el anciano solterón, personaje protagonista a quien el Gabo le dio por llamar Sabio, habiéndose enamorado de la jovencita Delgadina, y no sabiendo cómo manifestar lo que sentía por ella, le pareció en manera proporcional a su amor, ofrecerle como dádiva una bicicleta. 



Bicicleta que una vez adquirida por Sabio, éste no pudo soltar. Da cuenta el relato de la cantidad de acrobacias que fue capaz de realizar el protagonista, que el lector no puede sino hacer vívida la hilarante situación de un anciano en tales peripecias. 

En este mismo orden de ideas, hablar de mi padre Ángel Horacio Molinares Castro, nos conduce en forma simultánea en dos planos: uno real, el tangible, el hecho de que mi papá no podía vivir sin su bicicleta. Él y su medio de transporte eran un binomio inseparable. El otro plano es referencial y es espiritual, papá nos conduce por el mundo de las historias y del fascinante espectáculo de los relatos. 

La oralidad es un bien ancestral, tanto, que el mismísimo Dios, no pudo definirse así mismo de otra manera, sino como El Verbo. Contar historias es tan fascinante como escucharlas, si te quedas atrapado en sus vericuetos, ya la historia es tuya, eres el protagonista. 

Papá nos conduce tanto en bicicleta como a través de su oralidad al fastuoso escenario del majestuoso río Magdalena, en sus riberas se encuentra Pedraza, la tierra que lo vio crecer.


 


Y siguiendo el hilo conductor de las canciones, nuestro padre compartía similitud con un importante mito de la costa colombiana, aquel hombre que se volvió caimán según el cancionero popular. Sí, en la población de Plato, nace mi padre un 19 de abril de 1926.

Voy a empezar mi relato, con alegría y con afán

En la población de Plato, se volvió un hombre caimán

Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla...


Ángel Horacio, nos legó su pasado mientras recorríamos la ruta hacia la escuela en nuestras bicicletas. Además del paseo, íbamos escuchando relatos que parecían recientes, sabemos de él y de sus antepasados porque nos presentó a cada uno de sus primos, Juancho, entre otros, relatándonos sus andanzas infantiles y adolescentes, tan graciosas como divertidas, aunque en ocasiones audaces y peligrosas. De igual modo supimos prestar admiración por los tíos Santander, Rosario, Félix, Policarpo, entre otros. 

Yo sentía gran satisfacción al saber que  papá  admiraba tanto  a sus maestros, el Señor Miguel y el Señor Rubén, este último,  después llegó  a ser su tío político, pues fue el marido de su tía Lola. Mi papá y yo nos parecíamos, amábamos las mismas cosas y compartíamos la afición por las bicicletas. En aquellos años, padecía el complejo de Electra, cosa que quizá nunca pude superar.

No fue por los azares del destino, sino gracias a su gran determinación, que papá pudo llegar a la tierra del petróleo, Venezuela. Allí, una vez nacidos nosotros sus hijos, nos instalamos como familia en Maracay.

El señor Ángel, gozaba de gran popularidad en Campo Alegre, nuestro barrio. Era buen vecino, un insigne trabajador con una conducta ejemplar y como padre, no había ninguno.  Era diferente a todos, tanto, que no era nacional, era un extranjero, un inmigrante. Eso me hacía sentir orgullosa, que  fuera de otra tierra que para mí era superior. De niña escuché tantas historias y referencias de Colombia que me sentía colombiana.

Papá saludaba a los transeúntes, o a quienes se encontraran en los frentes de sus casas. En Maracay cada cual tenía una gran casa, nada de miseria, cada cual era propietario, era la verdadera Venezuela.

Era un hombre muy directo, resuelto sería la palabra adecuada. Cuando estaba de novio con nuestra madre, entre sus regalos, podían encontrarse, pantaletas. Al oír tales relatos, mi hermana Liubys y yo, nos cuajábamos de la risa.

Nuestra madre sin ningún rubor decía que le parecía bien y que no le daba vergüenza.

—¡Qué mal gusto! ¡Qué desparpajo! ¡Qué insinuación!- Así era mi padre.

En el mismo orden de ideas, al referirse a la vagina y/o totona, como la llamamos en Venezuela. Le llamaba con sarcasmo y malicia:

¡La perola, esperolá!

En el contexto alusivo a prendas íntimas, tengo que mencionar que había un señor que vivía  dos casas arriba, era marido de la señora Cristina, un hombre calculador, padre de Enrique. Se le conocía por el apellido solamente, Coronado. Éste había trabajado en una textilera  y de allí se conocía con papá. Años más tarde, coincidieron de vecinos cuando Coronado con su familia vino a residir en nuestra calle El Samán.

Coronado era un tipo de baja estatura, ojos verdes, blanco y de buen parecer. Se había juntado con una mujer mayor que él y ésta le parió 3 hijos: Enrique, el leal amigo de la infancia y de la temprana adolescencia de nuestro hermano menor Arnaldo; una segunda hija llamada Margélis, cuyos rizos imitaban a los de Shirley Temple, pues eran dos gotas de agua, y la última, Normalia, quién hacía de motivación para el grito que acuñaría mi papá más tarde:

¡Normal como Normalia! - Este grito, o expresión  hacía referencia a una situación cotidiana o en su lugar, cuando todo fuera de control y caótico pudieran ser los eventos: aquí era donde cabía completo el dicho de:

 — ¡Normal como Normalia!

En una ocasión estando muy niño, Enrique, el hijo de Coronado, enfermó y se vio al borde de la muerte. Su padre, solícito en sus cuidados, llevó la cuenta todos los bolívares que empleó en las recetas, médicos y asistencia. Coronado había invertido una cantidad asombrosa de dinero en su recuperación. Y esa cuenta siempre salía a relucir. Enrique tenía un precio.

En los años 70, Cuando tuvimos nuestra conversión del catolicismo al cristianismo evangélico, nos llevamos en ese remolino a Enrique. Arnaldo, su fiel amigo, lo evangelizó. Enrique nos acompañaba a cuanta campaña evangélica hubiera. Coronado, a regañadientes, le concedía permiso para que con nosotros, saliera a cualquier lugar de Maracay, seguramente se trataba de algún sitio al escampado, o alguna cancha de básquet de cualquier barrio de la ciudad.

Me lo cuida, señora Elisa, Enrique va con ustedes a la campaña, pero que no le pase nada, ¡ese muchacho me costó dinero!- A todos nos parecía asombroso que  asociara la vida del niño al costo del restablecimiento de su salud. Mi mamá veía con recelo quedarse al cuidado y responsabilidad de Enrique, pero como éramos todos unos loquitos, el mismo Coronado nos bautizó con el remoquete de; Fanáticos

Coronado, tenía una elevada autoestima, decía de sí mismo que  provenía de las Grandes Ligas, a lo que en su ausencia mi papá ripostaba:

— ¡De las grandes ligas de... Pantaletas! - Su grito y ocurrencia nos divertía.

Volviendo al tema de las bicicletas. Nuestro padre iba en su bicicleta a nuestra casa, divertido pero cansado, sudado, o quizá trasnochado después una de sus jornadas nocturnas en Telares de Maracay, del turno de 2 a 10 de la noche. Los sábados, la jornada era hasta medio día. Dejaba su telar o sus hilos o cesaba la tarea de recoger canillas en los grandes salones de la textilera. Ha debido dejar todo impecable, sin una tacha. De allí se iba al baño, se lavaba la cara, brazos y se componía. Caminaba a la zona de aparcamiento de las cientos de bicicletas que eran emblemáticas, el transporte popular de los hombres en Maracay. 

La bicicleta de mi papá era única, fuerte y de la marca italiana Rally. Según él, era de las mejores.  También podía alternar con otra bicicleta que llamaban de reparto. Ésta tenía una caja hecha de tubos de metal y que fue diseñada por él mismo y algún soldador la hizo bajo sus instrucciones a la medida de sus gustos y necesidades.

La bicicleta de reparto era un vehículo de carga pesada, su uso era para tareas mayores, entre las que se contaba llevarnos a la escuela, metidos en ese cuadro anterior. Ese paseo era lo más divertido e interesante porque para él, no había distancias, mientras más recovecos pudieran sortear, mejor. Para él no había cabida `para la definición de la línea recta, "como la distancia más corta entre dos puntos". Tal definición no existía, mientras más enrevesada fuera la travesía,  mejor.

Pasado un tiempo, las bicicletas nos quedaron chicas. Les llegó el turno de ser pasajeras sentadas en el tubo de la bicicleta a dos niñas, nuestras sobrinas Betsabeth y Marisela. 

Pasear en bicicleta era bueno, pero lo genial era el conductor. Mientras pedaleaba, silbaba o entonaba estribillos de sus canciones entrañables, así como también podía soltar algunos de sus gritos de guerra.

— ¡Normal… como Normalia!

2 comentarios:

  1. Primera vez que oigo la verdadera estrofa del famoso "Caimán".
    Bueno Angela, gracias por volcar aquí tus recuerdos...de verdad que se te agradece.

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  2. Hola, Angela. Maravilloso escrito, como para ubicarse en el tiempo y en el espacio que planteas. Ciertamente muchas cosas han cambiado en el Caribe colombiano, sin embargo, aquí está el Magdalena esperando por ti, para darte testimonio de todo lo que tu padre te contó.

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Gracias por tu comentario. Es un aporte muy valioso para mi.

Leyendo a Will Storr. La Ciencia de contar Historias.

Roberto Molinares, Artista Plástico, Narrador Venezolano y Docente Universitario de UNEARTE, autor de la obra: "Jalados por los cabello...