RELATOS Roberto Molinares

lunes, 4 de mayo de 2020

Diluvio

"Veíamos caer la lluvia sin esperanza, cuando de pronto divisamos una figura fantasmal"

Obra: Salvación. Técnica Acrílico sobre tela. Autor: Roberto Molinares


Fue una tarde de octubre, el día del Cordonazo de San Francisco. Ángela guardaba sus útiles en un resistente maletín de cuero, y yo, aunque anhelaba uno igual, había recibido uno barato, de cartón recubierto de plástico con motivos infantiles donde destacaba un osito rodeado de dados, números y letras.

Salimos apresurados ante la inminencia de la tormenta. Las nubes oscurecieron la tarde y la noche cayó prematuramente. Nos guarecimos en el porche de una casa, frente al colegio. No teníamos forma de regresar a casa. Papá había dicho que vendría, así que mojados y hambrientos, nos resignamos a la espera. Veíamos caer la lluvia sin esperanza, cuando de pronto divisamos una figura fantasmal, una especie de caballero andante. 


Nuestro padre Ángel Molinares. Foto real recreada.


Su capa increíblemente grande, se agitaba con la brisa. El caballero surgía tras una furiosa cortina de agua. Era papá, que venía en su bicicleta de reparto. Estaba cubierto de un inmenso hule a manera de poncho. El ala del sombrero de nuestro padre era una piscina que rebosaba. Felices de ver a nuestro padre, nos acomodamos en la cesta. Papá nos cubrió con el hule pero ya estábamos totalmente mojados. Aunque el poncho era transparente no podíamos ver nada, salvo los chorros que surcaban por encima. Papá impulsaba nuestro peso y el de la bicicleta atravesando lagunas y fuertes corrientes. Se detenía e iniciaba la retirada. El vaivén de la bicicleta insinuaba que dábamos vueltas sin llegar a ninguna parte. Seguramente no había paso. El lodo nos salpicaba y por algún lado se colaba también la lluvia desde arriba manteniéndonos empapados. El poncho producía un estado de sofocación tremendo y nuestro aliento empañaba el hule. 

Yo aferraba mi maletín temeroso de perder los útiles nuevos. De pronto sentí que el material se volvía blando, cedía, se desintegraba. Los cuadernos comenzaron a zozobrar, los útiles dejaron un rastro de burbujas  y ondas. El osito coronado de letras y números,  finalmente terminó por ahogarse.



Llegamos a  nuestra casa al borde de una pulmonía. Era una proeza. Aún para un vehículo a doble tracción hubiera sido difícil. Mamá, encharcada por nuestro abrazo, no podía creerlo. Yo aferraba con fuerza el asa de plástico, último vestigio de mi maletín.  
Me sentía muy triste. 
Entonces, como si fuera poco la humedad reinante, inicié mi propio diluvio.



1 comentario:

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